Si no fuéramos a la huelga general convocada para el próximo 29 de septiembre todos y todas sentiríamos (aún más) en nuestros derechos sociales, laborales y ciudadanos, los crudos efectos de las directrices del Capitalismo: trabajar mucho más cobrando mucho menos, pagar más por los servicios que recibimos, sufrir más la presión fiscal, tener menos acceso a las coberturas sociales, padecer aún más paro, jubilarnos más tarde aún, etc.
Todos y todas sabemos perfectamente que lo que está ocurriendo no es más que un ataque frontal de los poderes económicos contra los derechos de los trabajadores y al margen del Parlamento y de la Democracia, algo a lo que hemos llamado siempre, en nuestro lenguaje de izquierdas, una “vuelta de tuerca”. Lo que pasa, a mi juicio, es que esta concreta “vuelta de tuerca” consiste en un calculado e inmediato plan, con la fría complicidad de la socialdemocracia europea, de total desmantelamiento del que se llamó “Estado del Bienestar”. Lo que estamos viendo es el asalto final (es decir, una especie de golpe de estado y capital juntos frente a los intereses sociales) a una realidad socioeconómica, política y jurídica que vino a plasmarse en la fórmula de una democracia formal enmarcada en un “estado social y de derecho”. Es decir, la “paz social” que definió, más o menos, la lucha de clases en la segunda mitad del siglo XX en los países europeos va a quedar rota por arriba, o sea, está siendo dinamitada por quienes detentan el poder económico y piensan que la debilidad ideológica y organizativa de los de abajo permite ahora ese ataque frontal del que hablábamos. Los trabajadores y las organizaciones sociales, y también los que hemos estudiado un poco de historia, conocemos bien estos mecanismos de descarada y progresiva “acumulación de capital”.
Nada nuevo. Bueno, lo único nuevo sería que entraríamos en una realidad económica y ética fundada en la competitividad y la insolidaridad social, de modo que el que no tenga para pagar el médico o la hipoteca sería considerado directamente como un delincuente. El rico sería un santo, un venerado creador de riqueza, y el pobre un maleante lo mismo que en aquéllos primeros tiempos de la Revolución Industrial. Como en la novela de Orwell: obedecer, producir, consumir y morir… La nueva moral, aparte de volver a repartir comida en centros de asistencia, diría que el que no trabaja es porque no quiere y las leyes, la televisión y los voceros del sistema se ocuparían con fiereza de señalar a los que escriben cartas como esta de “terroristas potenciales” (véase si no el documento 8570/10, aprobado por el Consejo Europeo de Asuntos Generales, por el que se observará “procesos de radicalización” a través de la vigilancia de ‘agentes’ que contribuyen a la radicalización de otras personas y que mantienen “actitudes radicales”).
El Capitalismo no solamente nos quita el trabajo a nosotros y a nuestros hijos e hijas; el Capitalismo es un peligroso fracaso que ha provocado una inmensa crisis ambiental y cruentas guerras que han asolado el mundo de hambre, miseria y destrucción. Debemos responder con toda nuestra energía y, sobre todo, con nuestra firme esperanza de que otro mundo es posible.
(septiembre 2010)
(septiembre 2010)