Es evidente que la
derecha quiere no solamente desmontar los servicios públicos a base de
sucesivas, constantes y calculadas operaciones de privatización de los mismos,
sino que también busca derrocar una forma de pensar, a saber, aquella que
sostiene que lo público (la gestión del agua, de la sanidad, de la educación,
etc.) ha de gestionarse desde lo público. Dicho de otro modo: la derecha
considera que es mejor que el que quiera una pensión se la pague, si puede, a
precio de oro a lo largo de una vida, en vez de que la obtenga (como un derecho
reconocido fruto de la dignidad humana de la persona que la necesita) por ley y
a través del presupuesto del estado. C’s, Vox y PP no solo quieren desmontar
los servicios públicos, para, según ellos, avivar los negocios privados, sino
que quiere desmontar una mentalidad comunalista de organizarse la sociedad,
aquella que defiende lo público, lo que es de todos, como marco o fórmula de
resolución de las necesidades sociales. Según estos partidos de derechas es
mejor que cada uno se busque la vida, como hacen en EE.UU.; y el que no sea
capaz de comprar un buen seguro médico simplemente es que es un vago…
Entonces, conforme a
esta obsesión individualista del sálvese quien pueda, la derecha lo tiene muy
claro: debilitar, fragmentar, romper y desacreditar los servicios públicos, a
la vez que poner en marcha un sistema decimonónico de beneficencia para “los
más necesitados”. Es lo que el rey Felipe VI ha venido a escenificar a Sevilla
en el barrio de las 3.000 viviendas… dar caridad a los pobres luciendo tupé y
carita de pena ante los periodistas.
La derecha (o el PSOE
cuando hasta no hace mucho cerraba plantas de hospitales y reducía sin pudor
las plantillas de médicos y profesores) sabe que para hacer eso hay que
convencer a la población de que esos tijeretazos son la mejor gestión posible,
la que ahorra, la que evita que los funcionarios se coman el dinero público, la
que genera eficacia en la sociedad… La derecha, con sus turbios discursos y sus
innúmeros casos de corrupción, se ve obligada a degradar la imagen y la calidad
de los servicios públicos, a través de campañas de desacreditación, para
adquirir coartadas suficientes y luego perpetrar su benéfico plan (conocido
popularmente como: democracia de
amiguetes).
En mi opinión, esta es
la cuestión que la ciudadanía tiene que resolver… si es justo que el PP de
Jerez vendiera por nada la gestión de las aguas a Aqualia. Si es justo que
nuestros políticos se endeuden con los bancos (lastrando por decenas de años la
capacidad municipal de ofrecer servicios públicos de calidad) para luego tener
que despedir personal, o no tener ni para comprar folios en las oficinas. El
Ayuntamiento en la quiebra y los bancos forrándose de dinero con intereses a
tantos por ciento leoninos. ¿Cómo se organiza semejante desfalco de las arcas
públicas y qué políticos consienten esta gran operación de acoso y derribo de
lo público?.
Hay que defender lo
público, por supuesto, pero hay que combatir también la idea de que esta
sociedad es una selva donde los más avispaos deben hacer negocio con lo
público, rompiéndolo y degradándolo. Porque, al igual que sabemos que los
golpes de estado y las dictaduras son lo peor que nos pueda pasar, así debemos
recordar cada día que la gestión pública de los bienes públicos para alcanzar
el bienestar público no puede ser la carne de cañón que necesitan devorar las
empresas del IBEX35 para seguir su huida hacia el infinito de las ganancias
antisociales, dejando a muchos en la miseria, la emigración y la desesperación.
En la concentración del
pasado martes 30 de junio en la plaza del Arenal, organizada por la plataforma
“Jerez por los servicios públicos”, alguien dijo al principio del acto que ya
los más mayores conocemos lo que fueron las prácticas benéficas del estado y de
otras instituciones… Y es cierto, sabemos cómo funciona la mentalidad
asistencial de los poderosos, cómo los de más arriba son los primeros en
alentar a la caridad y a la ayuda a “los necesitados” en vez de organizar con
racionalidad y eficacia las emergencias sociales y, más cotidianamente, las
necesidades básicas de la gente. Todo esto lo conocemos, todo esto lo sabemos
en nuestras carnes y en la vida de nuestros padres y abuelos.
La derecha propone,
como ha hecho siempre, controlando las finanzas y el poder mediático, su viejo
concepto de beneficencia pública acorde con su mentalidad salvaje de la
sobrevivencia de los más aptos. La izquierda simplemente tiene que: a)
continuar su labor pedagógica en favor del bien público, y b) poner sobre la
mesa el concepto de dignidad humana, por lo demás tan ajeno a la lucha de todos
contra todos que quisiera los depredadores de siempre.
Los que están a favor
de enaltecer a emprendedores benéficos como Amancio Ortega, héroes no sé de
qué, ya nos están demostrando, vía cambio climático o vía prohibición de la
tasa Tobbin o vía descoyuntamiento del mercado laboral, lo que les importa la
vida digna. No les importa nada. Destruirán el medio ambiente del planeta entero,
si les dejamos, y seguirán sin piedad con su programa de recortes y de
degradación del Bien Público. No les dejemos.