Ante los sucesos de París y la guerra permanente del Capital, las organizaciones sociales, antimilitaristas y pacifistas firmantes manifestamos:
Los atentados de París forman parte de la guerra que el llamado Estado Islámico (EI, ISIS o Dahes) mantiene con los estados que integran junto a EE.UU la coalición armada que interviene militarmente en Oriente Próximo. Coalición que consideran la principal causa de los males que sufren.
Sentimos como propias todas las muertes de esta y de todas las guerras, y condenamos a todos sus protagonistas, occidentales y orientales, que anteponen la ambición económica o sus objetivos militares a la defensa de la vida, situándonos en evidente riesgo a la población civil inocente de una y otra parte del mundo. La guerra es un crimen contra la humanidad y cualquier vida humana vale lo mismo, sea de donde sea.
Asistimos al dramático punto y seguido de cuatro años de guerra de la dictadura de Assad y sus aliados (Rusia, Irán, Hezbollah) contra la población civil siria, que han causado la inmensa mayoría de las casi 200.000 muertes mediante bombardeos aéreos y armas químicas, de las decenas de miles de detenciones y torturas, y de los millones de personas desplazadas y refugiadas. Las potencias occidentales junto a otras mundiales y regionales (Israel, Turquía, las monarquías del Golfo, Irán, Rusia...), enemigos de cualquier proceso transformador, se han dedicado a contrarrestar la influencia del movimiento árabe laico, convirtiendo las revueltas árabes, esencialmente noviolentas, en guerras civiles de difícil salida abandonadas a su suerte.
EEUU, Gran Bretaña y Francia, principalmente, han dejado que el conflicto en Siria se pudriera, tras la brutal represión gubernamental, para justificar una intervención militar directa que les permita avanzar posiciones. Siria cuenta con un apreciable volumen de reservas de petróleo que ambicionan controlar así como las propias conducciones energéticas que pueden transitar por su territorio. Algo similar ocurre con el transporte ilegal del petróleo a través del territorio turco, consentido hasta ahora por la OTAN y por distintos servicios secretos, y con el que se ha estado financiando el EI.
Los estados «occidentales» son responsables directos, entre otras, de las guerras y ocupaciones de Afganistán, Iraq y Libia, y han detonado también las de Siria y Yemen. Territorios que han bombardeado y en los que han armado a grupos, como el que ahora atenta en Europa, para que actuasen de acuerdo a sus intereses, provocando sufrimiento y odio que, inevitablemente, se vuelve ahora contra todos nosotros y nosotras.
No confiamos en «las soluciones» de aquellos que crearon el problema. Quienes presentan más guerra como solución, tan sólo ocultan su ambición capitalista. Su objetivo no es otro que el control de los recursos energéticos y de las materias primas de una geografía, históricamente disputada, que pretenden repartirse. Además, incrementan así los beneficios de su industria de armamento amiga, cuya cotización en bolsa se ha disparado de nuevo nada más escuchar «los tambores de guerra» aliados.
NO A LA GUERRA
Mientras que para los de siempre, «los de arriba», la guerra produce más dividendos, a la gente «de abajo» sólo nos produce más recortes de libertades, más destrucción, más empobrecimiento, más dolor y más miedo, enfrentándonos, peligrosamente, a sociedades y culturas diversas que necesitamos convivir y apoyarnos mutuamente. La intensificación de la guerra no acabará con los atentados, traerá más sed de venganza, más tragedia.
No queremos seguir siendo vasallos, ni víctimas de las políticas criminales de los estados que nos convierten en objetivo militar. ¿Qué podemos esperar de quienes representan la raíz del problema y se atrincheran en la retórica belicista arrastrándonos interesadamente a más violencia y, en consecuencia, a más sufrimiento?
Es imprescindible y urgente la movilización ciudadana, una revolución democrática y noviolenta que consiga el autogobierno necesario para romper con las políticas practicadas por «nuestros» estados en todo el mundo árabe musulmán, tanto en el Norte de África como en Oriente Próximo, cuya única intención es rediseñar sus fronteras para beneficio de los lobbies de la industria militar y de la energía.
Hay alternativas a este (des)orden internacional interesado y violento: embargo de armas, prohibición de su venta, de la compra de petróleo de contrabando y de toda financiación a las partes en conflicto, exigencia de un alto al fuego y desmilitarización del territorio; promoción de la deserción y apoyo a quienes desertan, cuyo número crecerá a medida que cese el abono de los salarios a los combatientes por el ahogo financiero (se intenta ocultar que las filas del EI también se nutren en buena parte de militares de las anteriores guerras, así como gente forzada a combatir bajo amenaza de muerte o, en otros casos, atraída por esa «nueva vida» retribuida económicamente, y no necesariamente ideologizada en extremo); despliegue de personal mediador y de interposición que colabore en un proceso de diálogo y reconciliación; apoyo a la población y sectores sociales de Siria partidarios de salidas pacíficas, organizaciones civiles, feministas, pacifistas, humanitarias, de ayuda a las víctimas, etc, de Siria; acogida de toda la población refugiada y desplazada y apoyo a la reconstrucción (no especulativa) del país para favorecer el retorno con condiciones de vida dignas; persecución penal de los criminales de guerra...
El mismo sistema que recorta aquí nuestros derechos sociales básicos, que convierte en mercancía nuestras vidas es el que llama a la guerra. Defendamos una cultura de paz que luche contra la violencia estructural de un sistema basado en la explotación y en la desigualdad, mantenido a través del control social y los ejércitos.
La guerra empieza aquí y podemos pararla también aquí, luchando contra nuestro propio militarismo: la pertenencia a la OTAN, las bases militares, el gasto militar, la industria de armas, la (in)cultura de la violencia, las relaciones políticas exteriores basadas en el engaño, la dominación, y el expolio para mantener, entre otras cosas, una dependencia energética suicida de recursos no renovables,...
Frente a la avaricia sangrienta de «los mercados» llamamos a la no colaboración con la guerra, a la cooperación internacional por la desobediencia civil contra el terrorismo de los estados que amenazan la seguridad del planeta; llamamos a la lucha social para satisfacer las necesidades sociales, humanas y ecológicas.
Hagamos que nuestras vidas, y no nuestras muertes, acaben con esta nueva-vieja guerra.
Mambrú (Alternativa Antimilitarista. MOC)
Zaragoza, planeta Tierra, a 23 de noviembre de 2015.
Es nuestra intención hacer públicos los apoyos a este texto el próximo 1 de diciembre, Día Internacional de las personas Presas por la Paz.
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