Estoy muy cansado de aquellos que dicen que todos los políticos son inútiles, incapaces, incompetentes, resabiados, ladrones, etc. Estoy cansado de estas personas que, más allá del bien y del mal, creen que son ecuánimes, templados, neutros, prácticos, comprensivos, humildes, cabales… Me canso porque creo que son estos, los que siempre guardan silencio y se las dan, sin haber roto nunca un plato, de bienpensantes, de no ser ni de derechas ni de izquierdas, de estar más cerca de la verdad, los que precisamente hacen que la democracia sea frágil. Me explico.
Pero antes quiero decir, les guste oírlo a estos bienpensantes o no, que criticar a destajo a los políticos (así, en general, “los políticos”) pone en peligro la democracia, no solo la hace frágil. Esto es, despotricar contra quienes día a día en los parlamentos tratan de sacar adelante las leyes y los presupuestos es lo mismo que, por lo bajini (los bienpensantes siempre hablan por lo bajini), hacer un llamamiento a una dictadura de técnicos o, peor, a una dictadura tradicional de un caudillo-patriarca, bendecido por Dios, que evitará toda rencilla, pelea y desacuerdo. Despotricar contra la democracia, contra el debate político, me parece un suicidio. Por cierto, ¿son los grandes medios de comunicación -pagados por las grandes empresas del país- los que programan campañas contra el debate político?.
Y una vez asentados los términos principales del asunto (y sin que yo niegue que hay algún que otro político sencillamente impresentable), pasemos a la explicación y consideraciones que prometí no sin que antes se me olvide apostillar, para alivio de los bienpensantes que no se señalan ni por casualidad, una obviedad: ciertamente los políticos (así en general) tienen la obligación de intentar por todos los medios de llegar a acuerdos prácticos que faciliten la vida de los ciudadanos (no el embolsamiento de dinero por parte de los amigos de algunos políticos).
Bien, reflexionemos solo un poco, en vez de vociferar, alardear, amenazar, insultar, provocar… ¿No sería una tentación acudir al sueño hipnótico de un caudillo como posible salvación ante el supuesto caos que trae la democracia con sus interminables discusiones entre partidos y sensibilidades políticas diferentes?. ¿No es todavía peor que una tentación discursear, como hace un día sí y otro también Margarita Robles, con que los asuntos de estado -como los de Defensa- van más allá de las opiniones políticas?. ¿No es un grave peligro querer amputar la voz de los territorios intentando recentralizar las decisiones en los ministerios de Madrid?. ¿No es ofender la inteligencia de la ciudadanía ese estúpido cultivo de la idea de que el rey de España, supuestamente ecuánime y neutro, nos salva a todos de la guerra civil porque somos todos unos desbocados irredemibles a poco que se nos suelten las seculares “vivan las caenas”?. ¿No es, en definitiva, absurdo, que unos cuantos poderosos, por ejemplo desde el IBEX35, se empeñen en hacer de los legítimos parlamentos papel mojado?.
Hoy el poder económico lucha contra los intereses públicos para abrirse mercados y para acumular ganancias; hoy el poder judicial se debate en un gran espectáculo de parcialidad y falta de independencia por causa de la incalificable estrategia del PP por dominarlo; hoy la Iglesia Católica se encasquilla en posturas tradicionalistas que miran al pasado; hoy algunos pequeños sectores del ejército dicen que los historiales militares de Franco o Millán Astray son impecables; hoy los medios de comunicación son voceros crudos de los intereses político-económicos de quienes puede contratar o despedir a sus periodistas… Hoy hay tendencias antidemocráticas en nuestra sociedad que no cesan de patalear, hacer aspavientos, mirar al pasado, socavar el diálogo como sea, romper la baraja.
Quizás esta actitud amenazante y bronquista de la derecha (tratando de abatir al actual gobierno de coalición a base de dibujarlo como ilegítimo y venezolano) tiene que ver, sin ir más lejos, con el grado de corrupción alcanzado por las instituciones que durante los 40 años de la Ideal Transición fueron gobernadas por un PSOE apocado y por una derecha controlada al 100% por la vieja guardia. Quizás el estilo bajuno y chusquero de la derecha de hoy, atizando el fuego de que Pablo Iglesias y Alberto Garzón no han sido votados por los ciudadanos y el rey Juan Carlos sí (cuando todo el mundo sabe que es al revés), obedece a esos aires antidemocráticos, centralistas, antiparlamentaristas, que Pablo Iglesias, con precisión milimétrica, explica en este inolvidable vídeo a la penosa derecha verdulera que nos toca padecer:
Agarrarse a la idealización de la Transición arropando (https://www.eldiario.es/sociedad/cartas-apoyo-politicos-martin-villa-presentado-jueza_1_6194239.html) la figura del franquista Rodolfo Martín Villa me parece otro flaco favor a la democracia del s. XXI que deberíamos generar ya y poner en marcha ya, superando todo rastro de franquismo en nuestras instituciones. Felipe González, A. Guerra, Zapatero, Fidalgo, Antonio Gutiérrez, Cándido Méndez, etc., han remitido a Martín Villa cartas de apoyo político… Mal asunto. La triste izquierda de la Transición que pactó su silencio con los herederos del franquismo y retratándose quizás, esperemos, por última vez.
Quizás el meollo del asunto esté en que la democracia es más necesaria que nunca, pero no una democracia falsa y corrupta, donde jamás se hace un referéndum ni consulta nada a la ciudadanía (o se hace una reforma exprés de la Constitución para atenazar las cuentas del estado y orientar la política fiscal y presupuestaria), sino que hace falta sí o sí una democracia que se dirija hacia la democracia directa (http://www.filosofia.net/materiales/sofiafilia/fyc/fyc_5_2.html) que sería el resultado lógico de una profundización de la misma en la dirección de la participación ciudadana en los asuntos públicos. Ser dueños de nuestras propias vidas y poder tomar directamente, en consecuencia, decisiones sobre asuntos personales y colectivos, ha de ser el inevitable camino y destino de la democracia. Porque una democracia formal, falsa, a medias tintas, trufada de corrupción y de monarquía enriquecida por sobres de Arabia Saudí, no ya es que haga aguas, sino que podría traernos, como ha ocurrido otras veces, una dictadura salvífica… aparte de hundirnos en la miseria a la mayoría. Una democracia falsa, que es una dictadura encubierta, no puede ser por más tiempo.
El PP de Casado (quizás intentando encubrir a la indescriptible Ayuso y a su ristra de militantes y cargos presos) aúlla más que nunca. Señal de que avanzamos en la dirección correcta, es decir, señal de que por fin nos estamos alejando del franquismo y de Cayetana. Señal de que todos los políticos no son iguales y de que sí se puede construir una democracia mejor, mucho más digna y más respetuosa con el Bien Público.