Dos de las causas directas de la peligrosa degradación medioambiental del planeta son la injusticia social y la terrible insolidaridad, competencia y agresiones entre países. Los buscadores de oro y otros minerales raros en determinados países, los cazadores de pieles, los vendedores de todo tipo de animales exóticos, los defensores de las grandes plantaciones de producciones con plantas genéticamente tratadas, los destructores de bosques por varios motivos (siempre relacionados con la ganancia dineraria), los productores de energía nuclear, etc., etc., etc., ¿no son fruto de la dinámica interna de un sistema económico depredador y biocida?. Porque no existirían si no hubiese consumidores de oro y coltán, de abrigos de visón, de soja genética y aceite de palma, de serpientes pitones, de maderas llamadas "preciosas" por el mercado, de electricidad que generaron las centrales térmicas... Evidentemente, este inmenso engranaje desbocado no lo parará nadie si el sistema económico no cambia sustancialmente de rumbo. NO miremos hacia otro lado: este sistema económico de "libre mercado" es un billete seguro hacia el apocalipsis.
(Fuente: https://www.undp.org/content/undp/es/home/sdgoverview/mdg_goals.html)
Negarse a reconocer los evidentes vínculos entre la degradación medioambiental y los grandes intereses que rigen el sistema económico mundial sería, sencillamente, una irresponsabilidad. Creer que unas cuantas medidas cosméticas tomadas por los gobiernos cómplices del problema arreglaría la grave situación en que nos encontramos sería inocente. Es obvio que hay que cambiar el sistema económico (productivo, energético, de transporte, financiero, de consumo, etc.) por otro sustancialmente más acorde con los ritmos ecológicos de la Tierra.
Negarse a reconocer los evidentes vínculos entre la degradación medioambiental y los grandes intereses que rigen el sistema económico mundial sería, sencillamente, una irresponsabilidad. Creer que unas cuantas medidas cosméticas tomadas por los gobiernos cómplices del problema arreglaría la grave situación en que nos encontramos sería inocente. Es obvio que hay que cambiar el sistema económico (productivo, energético, de transporte, financiero, de consumo, etc.) por otro sustancialmente más acorde con los ritmos ecológicos de la Tierra.
Por supuesto, hay que presionar políticamente para que los volúmenes de CO2 lanzados a la atmósfera por la acción humana sean inmediata y crucialmente disminuidos mucho más allá de las hipócritas cifras de los gobiernos. Pero no luchar, al mismo tiempo, por suprimir las descomunales consecuencias contra los derechos humanos que desde hace tiempo están teniendo las políticas económicas del capitalismo de los países del norte sobre los países del sur sería un error.
No caer en la cuenta de que solo con el gasto militar mundial (https://elpais.com/internacional/2019/04/28/actualidad/1556487884_515159.html) tendríamos para poder invertir, por ejemplo, en energías limpias y en cooperación internacional que promueva definitivamente los llamados objetivos de desarrollo del milenio sería una incoherencia. Ecologismo, feminismo, pacifismo y sindicalismo deben darse la mano en defensa de la Tierra y de los derechos humanos. Pienso que no hablar de esto sería quizás preparar el camino hacia algún tipo de ecofascismo tecnológico donde la democracia, no solo el agua potable o los bosques, sería una reliquia del pasado. En el orden internacional, las graves desigualdades entre naciones están dando rienda suelta a una justificación política para depredar el medio ambiente. Así, la destrucción del medio ambiente es un efecto de un sistema social concreto que incluye, no lo olvidemos, las armas nucleares en un contexto de globalización destructiva y antihumana.
Escuchemos atentamente las claras palabras de Greta Thunberg y, en particular, cómo termina su sentido discurso:
No caer en la cuenta de que solo con el gasto militar mundial (https://elpais.com/internacional/2019/04/28/actualidad/1556487884_515159.html) tendríamos para poder invertir, por ejemplo, en energías limpias y en cooperación internacional que promueva definitivamente los llamados objetivos de desarrollo del milenio sería una incoherencia. Ecologismo, feminismo, pacifismo y sindicalismo deben darse la mano en defensa de la Tierra y de los derechos humanos. Pienso que no hablar de esto sería quizás preparar el camino hacia algún tipo de ecofascismo tecnológico donde la democracia, no solo el agua potable o los bosques, sería una reliquia del pasado. En el orden internacional, las graves desigualdades entre naciones están dando rienda suelta a una justificación política para depredar el medio ambiente. Así, la destrucción del medio ambiente es un efecto de un sistema social concreto que incluye, no lo olvidemos, las armas nucleares en un contexto de globalización destructiva y antihumana.
Escuchemos atentamente las claras palabras de Greta Thunberg y, en particular, cómo termina su sentido discurso: