He leído la aportación de Federico Mayor Zaragoza en el libro “Reacciona” (Rosa María Artal, coord.; Santillana, 2011). Se trata de un interesante artículo dedicado a la Paz, a la Solidaridad, a los problemas de la globalización, a la situación de la operatividad política de la ONU hoy en el mundo, etc.
No comparto el enfoque "institucionalista" de la Paz (una ONU bien financiada y respetada arreglaría los problemas mundiales) de Federico Mayor Zaragoza, pero su artículo tiene muchas afirmaciones que sí comparto. Por ejemplo:
"La crisis sistémica no se puede abordar simplemente insuflando recursos económicos o impulsando la producción de sectores clásicos de la economía, sino con un cambio profundo centrado en la sostenibilidad humana y ambiental", o también: "No había dinero para la lucha contra la pobreza y el hambre, o contra el sida, y de pronto aparecen inmensos caudales disponibles para recuperar en Estados Unidos y en Europa el quebranto banquero (720.000 millones de dólares en Estados Unidos y más de 400.000 millones en la Unión Europea)".
Sin embargo, no comparto que tras criticar, fundadamente, el inmenso gasto militar mundial, se piropee un supuesto pacifismo de Obama, un presidente que ha dedicado muchas palabras a la Paz y la Solidaridad Internacional, pero que no duda en implicarse en cruentas guerras como las de Irak y Afganistán o en sostener la estrategia de las armas nucleares: "Poder militar: los gastos militares y de producción de armamento en Estados Unidos han representado en el año 2009 más de 800.000 millones de dólares, seguido a distancia por China con casi 100.000 millones, Rusia en tercer lugar... Como ya he indicado, se calcula que en la actualidad representan cuatro mil millones de dólares diarios y constituyen la primera reacción a todas las crisis: armarse más, aumentar los dispositivos de defensa, en la conciencia de que la mayoría de ellos se refieren a artificios bélicos propios de guerras pretéritas. Con muy buen sentido, el presidente Obama, hace ya un año, indicó a su secretario Robert Gates que debía revisar las estrategias actuales y, en consecuencia, la producción de armamento para impedir que se siguiera favoreciendo a los colosos industriales cuyo material ya no tenía justificación dadas las características de los enfrentamientos actuales" Tampoco comparto esa nueva especie de "despotismo ilustrado" de intelectuales por la Paz que propone Federico Mayor Zaragoza:"Es necesaria la anticipación, la invención del mañana, liderada por las comunidades académica, científica, intelectual y artística, en suma, por la comunidad creadora, que no sólo debe iluminar los caminos del presente sino, sobre todo, avizorar los del porvenir". Sin menospreciar el papel tan positivo que pueda desempeñar en favor de otro mundo mejor posible, creo que la Paz no es cosa de la "comunidad creadora", sino de la ciudadania de a pie. En definitiva, pienso que la verdadera Paz es revolucionaria, y que frases como "Es imprescindible una «evolución acelerada»... para evitar la revolución, que siempre puede tener tintes de violencia" hacen un flaco favor (porque se equiparan "revolución" y "violencia") a la comprensión de la Paz como Justicia Social. En mi opinión, la Paz no es sólo ausencia de guerras+desarrollo social+instituciones de Paz, que también; sino, a la vez, la Paz es Justicia Social. Por eso me parece que en el mundo de hoy, para que haya Justicia Social en todo el planeta (y no sólo entre los ciudadanos que tienen acceso a internet), necesitamos una revolución mundial desde la óptica de la Noviolencia. Una ONU saneada y políticas moderadas de desarme (como la de Obama con el Nuevo Start sobre reducción de armas atómicas) no son medidas suficientes. A eso habría que añadir un nuevo sistema internacional de “estados”, un nuevo Derecho Internacional y un nuevo sistema económico mundial basado, en esto sí estoy de acuerdo con Mayor Zaragoza, en intereses propiamente humanos, colectivos y sostenibles.
La verdadera Paz, la Noviolencia, significa un cambio radical, justamente, del Sistema y, justamente, protagonizado y dirigido por la propia ciudadanía, democráticamente. Por ello, no debemos apostar por propuestas tan moderadas como, por ejemplo, "— Una mayor participación femenina en la toma de decisiones", sino por políticas que de verdad hagan que las cosas cambien de raíz. La Paz no puede ser solamente un fruto de ciertas 'reformas' tecnocráticas y jurídicas, sino el resultado de un proceso revolucionario de la ciudadanía mundial que apuesta por otro sistema mejor posible de la Economía, del Derecho, de la Ciencia, de la Comunicación, de la Política, de la Cultura, de las Religiones y Espiritualidades y, en suma, de la Sociedad en su conjunto. La Paz no ha de buscar solamente 'cambios políticos' positivos (como la caída del muro de Berlín en 1989 o la esperanzadora ola de exigencias democráticas de la ciudadanía de los países árabes), sino, especialmente, un cambio civilizatorio profundo en la dirección de la Noviolencia, la Igualdad y la Ecología. Por supuesto que hay que tomar medidas concretas para erradicar inmediatamente el hambre en el mundo pero, a la vez, hay que trabajar para voltear los contextos político-económicos y los intereses de empresas multinacionales concretas (de producción, comercialización, financieras, etc.) que planean, tan fríamente, el hambre.
No es tiempo de políticas amables que simplemente atenúen (sin buscar soluciones de raíz) problemas planetarios como el cambio climático; es tiempo, más bien, de cambiar el rumbo de la especie humana, sustituyendo el sistema capitalista por otro mucho más humano. Una actitud revolucionaria, desde la Noviolencia, y la construcción democrática de una nueva Cultura, podrían ser quizás los dos elementos clave sobre los que reaccionar, también, a favor de la auténtica Paz.
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