jueves, 1 de mayo de 2014

Denuncio la peligrosa indignidad reinante y apuesto por la Noviolencia.


Más tarde o más temprano, este profundo estado de indignidad social en que ahora vivimos terminará. La razón es sencilla: no puede mantenerse la injusticia por mucho tiempo, no puede mantenerse por la fuerza a la ciudadanía en el paro, en la dificultad de acceso a la vivienda, en el empeoramiento de los sistemas sanitario y educativo públicos, en la corrupción de las cúpulas políticas e institucionales, en los gastos militares crecientes falseando los presupuestos públicos para tratar de engañar a la opinión pública, en la vaciedad formalista de los procedimientos democráticos de control de la acción del gobierno, en la extrema cicatería con todo tipo de prestaciones públicas -como las pensiones de nuestros mayores-, en el fraude fiscal de las grandes fortunas y las evasiones de capital a paraísos de inversión, en la vuelta atrás ética y cultural -hacia valores rancios y absurdos-, en el robo a la ciudadanía de su capacidad de tomar decisiones directas sobre el destino de sus vidas, en la represión política pura y dura de los movimientos de protesta, en la explotación laboral más indigna de tantos y tantos trabajadores, en la imposición de la confesionalidad del estado, en la humillante relación de sumisión ante la potencia dominante (EE.UU.), en la destrucción de una juventud a la que se la hunde literalmente en la miseria y la emigración, en la degradación galopante del Medio Ambiente, en el trasvase descarado de los dineros públicos a grandes bancos mediante todo tipo de privatizaciones declaradas o encubiertas, en el alza incontrolada de los precios de los consumos básicos, en la telebasura que trata de aborregar el pensamiento y la acción de las personas, en la cultura machista que acude a condenar la muerte de una mujer delante de las puertas de los ayuntamientos pero que no duda en callar cuando de pagar mucho menos a las trabajadoras se trata o de enaltecer en televisión -sin descanso- valores patriarcalistas, en los gestos racistas y xenófobos que el gobierno hace llegar a algunas unidades policiales que acaban tirando pelotas de goma a personas que se están medio ahogando… este estado general de cosas injusto y peligroso que el gobierno quiere mantener no puede durar mucho antes de que el pueblo, la ciudadanía, diga basta ya, definitivamente basta ya.


Algún compañero de mi sindicato, CGT, me ha dicho, con razón, que tantas y tantas movilizaciones como estamos organizando -por ejemplo la del 22M en Madrid- no dan el resultado de un cambio de rumbo político porque, de modo meticuloso, el gobierno las está reventando una a una mediáticamente, policialmente, jurídicamente, etc. Es decir, nuestras protestas, exigencias y alternativas son justas y razonables pero tenemos enfrente a un gobierno que se dedica -con un tesón no conocido hasta ahora y de la mano de grandes intereses financieros- a dinamitar los derechos sociales y políticos más básicos. Y, efectivamente, ese compañero no se equivoca porque el gobierno no solamente está actuando de modo tan antidemocrático en esta o aquella manifestación, sino que está aplicando un programa rápido y de gran calado como es el desmantelamiento del estado del bienestar. Lo está haciendo con una técnica conocida y parecida a la que Naomi Klein describió en su obra La doctrina del shock.


Las consecuencias de este virulento estado de cosas programado desde arriba pueden resumirse en dos o tres muy preocupantes: devastación social y sufrimiento de amplias capas de la población que se ven reducidas a la miseria y la indignidad; crecimiento -larvado pero progresivo- de un sentimiento de impotencia y rabia que el gobierno quizás querría intensificar y luego gestionar -con truculencias- a su favor; emergencia de un marco político general -hasta ahora fundado en eso del estado social y de derecho- hecho añicos. La ciudadanía sufre en sus carnes la violación constante de sus derechos humanos más básicos y si protesta se la apalea sin más. El sistema se tambalea, el gobierno lo sabe y, en vez de buscar soluciones democráticas, se enroca y activa sistemas de criminalización de la protesta social y de represión política nunca vistos (desde 1975).

Mi apuesta, la que he aprendido de la mayoría de sindicatos, partidos, personas, asociaciones, movimientos sociales, etc., que luchan por la libertad y la dignidad es caminar por la senda de la Noviolencia, esa que Gandhi enseñó. No es una senda, y aquí le hablo a ese compañero que me quiso contar su sentimiento de impotencia política, de pasividad ni de resignación ni de pasteleo para que nada cambie. Al contrario, es un camino de permanente y firme oposición frente a la injusticia, de denuncia de la indignidad -y de algunos ladrones que nos gobiernan-, de solidaridad entre quienes sufrimos el odio de los poderosos, de exigencia de los derechos humanos y de construcción de alternativas. El camino de la Noviolencia es, también, de respeto integral y sincero hacia todas las personas. Si permanecemos unidas, constantes, decididas, muy exigentes con el poder, como por ejemplo en 15 de mayo de 2011 (en Sol, en Plaza del Arenal, etc.), el gobierno comprobará otra vez nuestra conciencia exacta de las cosas -una gran transformación social y no migajas-  y nuestras capacidades organizativas. El gobierno está deseoso de que piquemos uno de estos tres cebos: el miedo, la resignación o la violencia. No morderemos ninguno de ellos.