domingo, 11 de abril de 2021

La III República es necesaria y urgente.



A 90 años vista de la declaración de la II República española conviene hacer una sencilla reflexión acerca de la necesidad y de la urgencia de una nueva fase de esa fórmula, por lo demás tampoco mágica panacea de nada, de estado en España.

Porque la fórmula de  monarquía parlamentaria está no solamente agotada, sino produciendo ya situaciones de descomposición y de desesperanza, de descoyuntamiento social flagrante, que nos llevan por mal camino. La crisis de la monarquía, el problema territorial, la corrupción galopante en estas últimas décadas, las tremendas desigualdades sociales, el enquistado y oscuro confesionalismo, etc., son realidades que nos exigen un paso adelante, un cambio de rumbo.

Si permanecemos en el estado de cosas en el que estamos ahora, donde la falta de cohesión y de ganas de desarrollar proyectos comunes es muy preocupante, entonces los problemas (ya muy graves) se seguirán recreciendo hasta límites peligrosos. El desfonde estrepitoso de la monarquía, el escándalo de un aparato mediático trufado de intereses económicos y políticos, la emergencia de vías políticas que no condenan las dictaduras fascistas o que se muestran descaradamente racistas, etc., son signos claros diversos de que hemos llegado a un límite, a un final de una etapa.

Y no solamente podríamos pensar que todo esto ocurre porque padecemos una Constitución rígida, inmóvil, pétrea. Que también. Sino que durante muchos años hemos tenido un déficit democrático brutal, hondo, cruzando a lo alto y a lo ancho todas las instituciones y toda la sociedad.

Haber hecho una Transición donde la impunidad del franquismo quedaba garantizada con el silencio (y decenas de miles de cuerpos en las cunetas) era, como cabía esperar, un gigante con pies de barro. El gigante está ya en el suelo, embarrado, y no es bueno, obviamente, permanecer así demasiado tiempo. Esta situación no es sostenible ni un día más. Es muy urgente retomar un camino por el que toda la sociedad pueda avanzar con esperanza, con un impulso realmente renovado, con ganas de caminar juntos hacia un mejoramiento de las condiciones de vida concretas y de los derechos sociales y políticos de todos.

Y cuando digo, sin ser yo demasiado republicanista en modo tabla de salvación infalible, que necesitamos urgentemente una III República quiero decir no ya solamente que hay que cambiar radicalmente este estado de déficit democrático en el que hemos vivido. Lo que digo es, sobre todo, que hay que cambiar la situación de injusticias sociales galopantes en las que estamos inmersos. No me preocupa tanto fenómenos fieramente antidemocráticos como el bipartidismo que hemos vivido hasta hace poco, a la vieja usanza caciquil de España, sino el hecho de que el desempleo, por ejemplo, campe a sus anchas acercándonos mucho a los 4 millones y otros centenares de miles, en este momento, en ERTE. Sin justicia social no hay democracia.

Hasta ahora el sistema se esforzaba en hacernos creer que era democrático, pero ya sabemos sobradamente, en carne propia, que no lo es si hay millones y millones de personas a las que se les niegan sus derechos humanos más fundamentales, como el empleo, la vivienda o la salud. No hay democracia si se deja gangrenar la vida en común con la quiebra de los servicios públicos, reventando los derechos sociales con leyes mordaza, etc.

Es obvio que la entrada en prisión de los independentistas revela la incapacidad de un estado democrático en encontrar fórmulas políticas de diálogo. Solucionar los problemas políticos con cargas policiales, prisión, exilios, etc., es sencillamente una locura.

Otros problemas muy graves como una evasión fiscal en España tan brutal o una beligerancia eclesial tan persistente, omnipresente y políticamente activa, reflejan, igualmente, que esta fórmula de estado llamada “monarquía parlamentaria” es inviable y nos lleva al desastre a través de la insistencia en mantenerla de quienes, claro, comen de ella (y bien).

Para mí, uno de los peores problemas que este estado de cosas está dejando crecer y crecer es el militarismo en el que estamos incursos: escudo antimisiles norteamericano, “misiones exteriores”, gasto militar creciente, exportación de armas a dictaduras como Arabia Saudí, etc. Y también hay otros problemas, totalmente prioritarios, como la necesidad de acabar con el machismo (y la sociedad patriarcal) en todas sus formas, o como abordar un cambio profundo a favor del medio ambiente y la sostenibilidad, que son impensables, por varias razones, con esta Constitución, con estos Borbones, con este modelo corrupto de instituciones, con este brutal quebrantamiento de lo público que estamos padeciendo.

Una III República ayudaría a afrontar todos esos retos con la ilusión y la esperanza que necesitamos ahora. Es necesario y es urgente un cambio de rumbo. Cambiar es sano.