lunes, 25 de marzo de 2013

Thomas Merton y la ética cristiana de la no-violencia.


La razón principal por la que nos estamos viendo abocados a la guerra nuclear es que nos sentimos confundidos, vacíos y descontentos. No tenemos ningún centro espiritual ni moral. No disponemos de las motivaciones que nos permitirían construir un mundo pacífico, porque no tenemos de hecho una razón suficiente para frenar nuestra violencia. En unos tiempos en los que es altamente probable que aparezca en escena otro Hitler u otro Stalin, semejante carencia puede ser ciertamente fatal (Thomas Merton: Paz en tiempos de oscuridad, 1962)

Thomas Merton (1915-1968) fue un monje católico, pacifista comprometido, que vivió en un monasterio trapense de Kentucky y escribió, entre otras muchas obras, La montaña de los siete círculos (1948). De él y sobre él se han publicado numerosos estudios, artículos, libros, tesis, etc., y es muy fácil encontrar en Internet información amplia y variada sobre su vida y su obra (Nota [1]).

Para hablar un poco sobre su sustanciosa idea de la no-violencia, una no-violencia netamente cristiana, voy a centrarme en un artículo suyo, titulado “Bienaventurados los que no se imponen por la fuerza (Las raíces de la no-violencia cristiana)”, publicado en un libro titulado La violencia de los pobres (Ed. Nova Terra, Barcelona, 1968), págs. 189-206.

En términos generales, me gusta y atrae el pensamiento y la opción pacifista de Thomas Merton, un monje muy comprometido, en plena Guerra Fría, con la denuncia de las armas nucleares. Aunque también me siento distanciado de él por afirmaciones suyas, algo simplistas, como esta:

Por otra parte, los puntos de vista de Marx sobre el cristianismo son evidentemente tendenciosos y deformadores. Una auténtica comprensión de la no-violencia cristiana (basada en el testimonio histórico de la era apostólica) demuestra que no sólo es una ‘fuerza’, sino que sigue siendo quizá la única manera verdaderamente eficaz de transformar al hombre y a la sociedad humana. Al cabo de casi cincuenta años de revolución comunista, no nos parece claro que el mundo haya mejorado gracias a la violencia. No obstante, hemos de ver de cerca cuáles son las ‘condiciones’ capaces de hacer lo más honesto posible la práctica de la no-violencia cristiana (págs. 196-197).

Quiero achacar estos juicios generalistas y condenatorios al contexto furiosamente antimarxista y anticomunista en que le tocó vivir. Identificar, así en términos generales, la violencia con "cincuenta años de revolución comunista" me parece un juicio simplista que, no obstante, no quita interés a su visión de la no-violencia ni hondura humana a sus reflexiones sobre la vida social y su saludable utopismo (la venida del Reino de Dios a la que se refirió Tolstoi y tantos otros que hablaron de cristianismo y justicia social). Además, esto lo digo sin ninguna acritud hacia Merton, el encendido elogio hacia el cristianismo (a la vez que lo contrapone al marxismo y al comunismo) como la única manera verdaderamente eficaz de transformar al hombre y a la sociedad humana me parece poco acorde con lo que él mismo, como cito más abajo, reconoce respecto a lo poco adecuado de la intransigencia, el dogmatismo, las visiones cerradas, la ostentación de la verdad particular de uno, etc. La condenación anatemática del marxismo es algo poco defendible; su equiparación absoluta a determinados períodos o formas (sin duda totalitarios y rechazables) de la vida política de la URSS también me parece un error; lo mismo que me lo parecería la afirmación de quien dijese que el cristianismo puede reducirse sin más al apoyo al fascismo de la iglesia franquista de 1936 en adelante.

Es interesante este vídeo de la última conferencia (en abril de 1968) que dio Merton, la cual versaba precisamente sobre el comunismo y la vida monástica: http://www.youtube.com/watch?v=0m4sLu3iakQ

Señalemos que Merton, lector de Marcuse, Fromm, etc., fue en su juventud (Columbia, a mediados de los años 30) miembro de la marxista Liga Nacional de Estudiantes y mantuvo siempre, también, una crítica ética y cultural muy contundente frente al capitalismo, desde el cual, en sus palabras, “no hay mal que no se fomente y estimule por hacer dinero”. Pero dejemos ya a un lado estos importantes asuntos y sobre los que algo se dice en los libros citados en la nota 1 (ver más abajo).

En cuanto a la no-violencia, Merton lo dice rápido y claro: ser un no-violento significa optar por la verdad y el derecho, no por las represalias violentas, ser capaces de enfrentarse a las amenazas de muerte y olvidarse de fines arbitrarios, efímeros o egoístas:

Quien practica la resistencia no violenta se compromete en un sentido muy real a no defender sus propios intereses ni siquiera los de un grupo particular: debe comprometerse a defender la verdad y el derecho objetivos, y por encima de todo, a defender al hombre (pág. 190)

Merton advierte también a los no-violentos de que no se dejen llevar por el autocomplaciente farisaísmo de nosotros somos el lado moral y virtuoso y los otros, cualquiera de nuestros adversarios, el lado perverso a abatir:

El resistente no violento no lucha meramente por ‘su’ verdad o por ‘su’ buena consciencia, o por el derecho que está de ‘su’ parte. Por el contrario, su fuerza y a la vez ‘su’ flaqueza radican en el hecho de que lucha por la verdad, que es común a él y a su adversario; por ‘el’ derecho, que es objetivo y universal. Lucha por ‘todo’ el mundo (págs. 190-1).

Y esto que dice Merton es, creo yo, compartido también por todos quienes, sean creyentes o no, trabajamos desde la Noviolencia. Aunque el problema sigue estribando, claro, en hacer ver esa verdad común y ese ‘el’ derecho… de todo el mundo… a, por poner un ejemplo, un lobby económico que se esfuerza en presionar a varios parlamentarios españoles para que se compren determinadas armas que, sin duda, van a causar inmensos destrozos humanos y rémoras económicas a las arcas públicas muy considerables. Sin emplear la violencia ni la destrucción del adversario político, hay que buscar alguna eficacia -y no sólo una resistencia de tipo testimonial- en el intento de frenar los objetivos de ese lobby. La verdad común al vendedor de armas y al activista de la Noviolencia no puede ser otra que la defensa de la vida, de toda la vida; y en este sentido ‘el otro’ está -en el ejemplo propuesto- en un gravísimo error, a pesar de su consabida argumentación de que armarse hasta los dientes garantiza la paz, que merece nuestra activa oposición, no sólo nuestra resistencia, como noviolentos.

Pero Merton, que, la verdad, no aterriza demasiado, en este artículo, en ejemplos concretos, aporta algo que hoy solemos olvidar los activistas de la Noviolencia que hacemos regularmente política desde las organizaciones sociales, a saber, que la Noviolencia tiene aspectos de fortaleza/eficacia lo mismo que de flaqueza/modestia. Más adelante se abunda en esta cuestión. Que la Noviolencia, como no lo debe ser ningún ideario u opción en el ámbito de la política, no es garantía matemática de eficacia ni un principio incontestable ni una técnica infalible ni una utopía cerrada… ni tiene que serlo. No es poco, me parece a mí, esta heterodoxa aportación que nos devuelve a quienes solemos caer -como es mi caso- en ciertos absolutismos puristas a un lugar menos exigente y rígido... sin que esto signifique, por supuesto, tampoco, la confusión de política con simple testimonialismo ético o religioso.

Es verdad que si sólo llegáramos en un Presupuesto General del Estado a, seguramente de modo eventual, impedir a los fabricantes/vendedores de armas a gran escala lograr sus fines sin llegar a convencerlo profundamente, a él y a sus clientes, de lo negativo de su conducta, entonces, le doy la razón a Merton, nos veríamos sujetos a una lucha eterna de buenos contra malos. Las victorias efímeras no deben deslumbrarnos. Sin embargo, yo insisto, incluso admitiendo esa flaqueza/modestia, en que los no violentos también somos políticos y que debemos afrontar situaciones concretas y buscar logros concretos de Paz, de Vida, de Esperanza. Esperar a que los fabricantes/vendedores de armas comprendan y acepten nuestros razonamientos es un camino de una inocencia inaceptable.

Luego Merton, un místico católico, dice cosas muy esperables (pero que quizás muchos cristianos de la iglesia católica ortodoxa de la España más conservadora de hoy no aceptarían tampoco en todos sus puntos): a) la “no-violencia exige una base metafísica y religiosa, referida a la vez al ser y a Dios”, b) “para el cristiano, la base de la no-violencia es el evangelio… salvación para todos los hombres y mensaje del reino de Dios al que todos están convidados”, c) “el amor, la apertura, la simplicidad, la humildad y el sentido del sacrificio de los cristianos” como claves de su acción no-violenta, d) “la obediencia [a Cristo redentor] a su mandamiento de amarle y de manifestarle en nosotros”, e) “Bienaventurados los pobres de espíritu… bienaventurados los mansos” (del Sermón de la Montaña, Mt., 5, 3-4).

Merton dice, aunque no se extiende en ello como a mí me gustaría, que la mansedumbre y la pobreza de espíritu de la que se habla en el Sermón de la Montaña no es sinónimo de someterse sin más a las opresiones injustas… sino que son cualidades de una especial lucha, aquélla que, más allá de las victorias efímeras, se califica como lucha por la verdad y el derecho.

Luego añade algo, también muy presente en Gandhi y que me parece muy definitorio de toda opción por la Noviolencia (sea ésta de orígenes o fundamentos religiosos o no), como es la fe o la confianza en que la acción perseverante y aparentemente frágil de los que no tienen poder generará los mejores resultados. Así que el no-violento es un ser sin fuerza coactiva pero cargado de fértil paciencia y certidumbre profética. Su pausada estrategia pivota sobre una gran confianza en la verdad y el derecho que habita en todos los seres humanos. Para Merton, por tanto, la Noviolencia debe buscar, más que victorias efímeras (en las que yo, desde luego, tampoco dejo de creer), el florecimiento de la verdad y el derecho (ideal rector de toda acción política humanista).

El monje añade que un no-violento debe ser capaz de sentir toda la vulnerabilidad a la que pueden conducirle sus luchas… y “arriesgar su vida con el fin de dar testimonio” si llega el caso. El no-violento ha de prescindir de “la protección de la violencia y correr el riesgo de ser humilde”. Dificilísimo programa moral que, lo mismo que el término resistencia da a entender, queda centrado en el inmenso reto ético cristiano de dar testimonio. Merton no añade nada en este artículo que comentamos acerca de los límites, las condiciones, etc., de esa arriesgada entrega última a los agresores y los injustos llegado el caso.

Luego Thomas Merton hace una suave condena de la desobediencia civil que yo no comparto. En la página 195 del artículo que estoy comentando dice literalmente que “ciertos actos de desobediencia cívica no hagan más que sublevar al adversario, pero sin inspirarle el deseo de comunicar de forma alguna, salvo con balas o con misiles”. A mí me parece que la Noviolencia no es solamente capacidad de diálogo o diálogo surgido a base de mostrar, previamente, que los opresores cuentan con una resignada o ilimitada capacidad de sufrir por parte de los oprimidos. Toda provocación a los poderosos que se ejercitan sin tapujos en la imposición de las injusticias flagrantes no puede ser considerada una enfermiza necesidad de martirio, una búsqueda solapada de represión política para la autojustificación, etc. La Noviolencia y la desobediencia van, a mi juicio, muy parejas.

Por supuesto, lo que dice Merton, en términos generales, no es ninguna tontería. Gandhi supo de esto, por ejemplo, en Amritsar el día 13 de abril de 1919; momento en el que los soldados ingleses dispararon sobre la multitud, causando, según algunas fuentes, más de 1.500 muertos. Sin embargo, el fundamento de la Noviolencia es, en opinión de muchos, la no-cooperación con la injusticia, lo cual, es obvio, implica, aunque sin la intención de destruir al adversario político, la desobediencia. Creo que Merton opone diálogo y desobediencia, lo cual no comparto:

En vez de utilizar al adversario como palanca para el propio esfuerzo hacia la realización de un ideal, la no-violencia procura únicamente entrar en diálogo con él para poder alcanzar, siempre con él, el bien común del hombre.

Sí suscribo sus sabias palabras: “La fuerza siempre protege el bien de unos cuantos a expensas de todos los demás. Sólo el amor puede alcanzar y proteger el bien de todos”, pero le preguntaría a Merton: ¿es realista, por amor, dialogando, sin odiar, no dirigirse directamente, en actitud desobediente, hacia el núcleo o fundamento que hace posible a los poderosos el ejercicio violento que sustenta las situaciones de injusticia de las que ellos se benefician con, frecuentemente, tanta frialdad humana?. Es decir, yo le diría a Merton, en suma, que la Noviolencia no es incompatible con la demostración de cierta fuerza por parte de quienes son oprimidos. Una fuerza no opuesta al amor y fundada en, básicamente, la acción política, la desobediencia, la no-cooperación y la proposición de alternativas.

Merton era un hombre sincero. No duda, también en este artículo que estamos comentando, en hacer una severa crítica a la detentación de riqueza por parte de las naciones de mayoría católica (pág. 196) y, para evitar una propuesta de no-violencia vacía o mistificada, se ocupa de señalar varios puntos realistas a la hora de su ejercicio:

1º.-Cambiar el mundo: también para Merton la no-violencia ha de buscar eficacia de algún modo, alejándose lo mismo de los “bandos en conflicto” (y así no quedar politizada) que de la apoliticidad.

2º.-Liberar a los pobres: “…en el caso de los negros americanos… comprometerse en una lucha no-violenta por sus derechos, pero incluso en su caso esta lucha debiera ser ante todo por la verdad misma, ya que es ésta la fuente de su fuerza

3º.-Modestia de la protesta: “la no-violencia debe abstenerse de toda afirmación fácil y fanática de su propia razón, y no puede admitir el contentarse con un gesto teatral de autojustificación”, la no-violencia debe evitar, “más que nada, la ambigüedad de una protesta imprecisa

4º.-Una auténtica eficacia: el gran objetivo de Merton, que clama por lo que considera la auténtica humildad y la moderación, es no sujetarse nunca a “la técnica política mantenida en tensión por la violencia”, evitando “la tentación de conseguir resultados rápidos por medio de artificios espectaculares o de formas de protesta meramente folklóricas y provocativas”… “invitando al adversario a una discusión seria y razonable

5º.-Fraternidad: el monje cita aquí a Pablo VI: “Si queréis ser hermanos, soltad las armas de la mano. No se puede amar con armas ofensivas en la mano”.

6º.-Establecer el diálogo: el adversario puede enseñarnos cosas porque no es “enteramente inhumano, malo, insensato, cruel”… El adversario debe comprobar en nosotros que estamos por la verdad, es decir, no por salirnos con la nuestra y ganarle la partida sin más. Superando tanto una posible reconciliación superficial como el “complejo del ultimátum”, Merton propone mucha capacidad de diálogo y “mantener abiertos los espíritus para la aceptación de las distintas alternativas posibles”.

7º.-Un contenido de esperanza: alejado de la visión católica más tradicional que ve en el hombre a un ser caído y naturalmente pecaminoso, confía en “nuestras posibilidades radicalmente sanas”… que aflorarán si los cristianos, también, trabajan por las condiciones que las pueden hacer realidades de hecho (pág. 201). Merton es muy riguroso en afirmar una gran confianza en todos los hombres y muy firme en su advertencia contra toda protesta que caiga en la “desesperación pseudoprofética” o toda acción que no sea más que “una salida a las frustraciones personales del que protesta”.

Bien. Esta es la caracterización que Merton nos presenta de la no-violencia cristiana. Yo me hago algunas preguntas al respecto:

1ª) ¿alejarnos de “los bandos en conflicto” es posible si, creo yo, somos uno de los bandos?; ¿la Noviolencia eficaz ha de venir de fuera de los contendientes?; ¿de un tercero situado en la verdad?.

2ª) ¿liberar a ellos, a los pobres, a aquellos que no tienen lo necesario, a aquellos que padecen la violencia, a, en suma, otros… que no somos nosotros porque nosotros no padecemos la violencia?

3ª) evitar la teatralidad hueca y el farisaísmo y el griterío sin fundamento que, además, podría llevar en ocasiones a consecuencias más negativas para quienes padecen las injusticias, ¿nos conduciría a una no-violencia éticamente ejemplar pero políticamente inútil?

4ª) ¿cuál es el límite entre la no provocación y la sumisión?, ¿no es saludable causar el afloramiento de los conflictos sin hacer uso de la violencia directa ni de la encubierta?, ¿no debería haber una tensión sana, que quizás podría gestionarse con dignidad para todas las partes, donde quepa un razonable ‘forcejeo’?, ¿toda tensión es negativa y está necesariamente abocada al agravamiento de las diferencias?.

5ª) dialogar con espíritu auténticamente abierto con alguien que está decidido a oprimirte y a aparentar públicamente que dialoga contigo como estrategia mediática para que nada cambie es muy difícil… ¿cómo un noviolento debe confiar, en qué medida, de qué modo, durante cuánto tiempo, en un adversario que da muestras sobradas de perversión y empecinamiento en su conducta injusta?, ¿cuándo el diálogo debe dejar paso o conjuntarse con otras estrategias noviolentas como, por ejemplo, la desobediencia colectiva y pública?.

6ª) sí, esperanza y trabajo decidido para crear las condiciones previas que hagan posible que afloren las mejores potencialidades de la humanidad, pero la Noviolencia, tal como ha sido concebida y practicada hasta ahora, ¿qué frutos ha dado?, ¿podemos prescindir de toda “astucia y de cálculo” (pág. 204) para mantener, fundadamente, la acción noviolenta esperanzada?.

En suma, pienso que la no-violencia de Thomas Merton es de un gran misticismo:

Su finalidad consiste en apelar a la inteligencia y a la libertad de la persona en la medida en que éstas pueden trascender la naturaleza y la necesidad natural. En lugar de extirparle una decisión mediante una presión externa, le invita a llegar libremente a una decisión personal, en el diálogo y la cooperación y en presencia de esta verdad que la no-violencia pone de manifiesto por medio de su testimonio de sacrificio. La clave de la no-violencia está en la voluntad del resistente no-violento de soportar un cierto peso de mal accidental con el fin de obtener en el agresor un cambio de actitud, suscitando en él una apertura personal y una actitud de diálogo (pág. 204).

Es la suya una opción estrictamente ética, casi no política, de la acción no-violenta donde todo el proceso de ‘lucha social’ (aunque está claro que no es esta una expresión apropiada para referirse al pensamiento del monje norteamericano) queda medido por una precisa vara: la demostración fehaciente, ante el adversario, de la propia vulnerabilidad de quien practica la resistencia no-violenta, es decir aún más claramente, testimonio de sacrificio llegado el caso. Si el no-violento está auténticamente dispuesto al sacrificio de sí, entonces, confía Merton, logrará con ello conectar con el interior más íntimo del adversario y éste cambiará.

En términos generales, y puesto que la política no es una ciencia ni una técnica fría para la consecución del poder, comparto con Merton, por supuesto, palabras sabias frente a cierto “pensamiento naturalista” de tipo “legalista y técnico  que no se eleva “hasta el nivel de unas relaciones personales auténticas”. Es decir, creo que el no-violento y la Noviolencia han de aspirar, efectivamente, a algo más que una mera reivindicación política concreta, esto es, no olvidar una profunda aspiración a transformar la realidad humana y la sociedad desde sus raíces.

Merton no duda en denunciar a los cristianos para quienes “la idea de construir la paz sobre una base de guerra y de coacción no es incongruente, ¡antes les parece perfectamente razonable!”. Hace esto nada más y nada menos que refiriéndose a la doctrina del Vaticano II, aunque, inmediatamente, dice de ella que “también haya aprobado” la no-violencia como un camino válido y alternativo, dejando entrever claramente la división interna en el seno de la Iglesia Católica entre quienes apuestan por una vía o por otra.

El monje trapense termina su caracterización de la no-violencia cristiana con congruencia y verdadera humildad: “Los conflictos no quedarán abolidos, pero puede convertirse en normal una nueva forma de resolverlos”.

Hoy la Noviolencia, asumida por mucha gente ajena a los credos religiosos, ha de tener en cuenta de algún modo las sentidas apreciaciones de Merton. Por mi parte, al margen de matices, enfoques, acuerdos y desacuerdos teóricos y políticos, no puedo sino compartir la energía interna del texto comentado, a saber, la aspiración a la fraternidad humana por la que apostamos todos, creyentes, no creyentes, noviolentos y personas que se confían a la violencia como principio rector para la resolución de los conflictos.

Que todos los hombres somos hermanos y que la igualdad de derechos para todos y para todas son los principios éticos y políticos claves de la vida humana digna. Este, sin la destrucción ni denigración de los adversarios políticos, es el camino de la Noviolencia. Estoy de acuerdo con Merton: “…el dinamismo del crecimiento paciente y secreto, en la certidumbre de que del grano más pequeño, más débil y más insignificante brotará el árbol mayor”…



[1] En 1964 Thomas Merton escribió un libro titulado Gandhi on Non-Violence. A selection from the Writings of Mahatma Gandhi (traducción española: Gandhi y la no-violencia, ed. Oniro, Barcelona, 1998). Textos sobre su firme compromiso por el desarme atómico en su Paz en tiempos de oscuridad. El testamento profético sobre la guerra y la paz, ed. Desclée de Brower, Bilbao, 2006. Una síntesis de su pensamiento pacifista en Paz personal, paz social (Selección y presentación de Miguel Grinberg), ed. Errepar, BB.AA., 1999. Para conocer bien y rápidamente al monje trapense de origen francés recomiendo leer la grata biografría de Ramón Cao: Thomas Merton, ed. Fundación Mounier, Madrid, 2008. Para profundizar en su vida y su obra, relacionándola fructíferamente con otro monje (budista) de la espiritualidad contemplativa comprometida, recomiendo la lectura de Robert King: Thomas Merton y Thich Nhat Hanh. Espiritualidad comprometida en la era de la globalización, ed. Lumen, BB.AA., 2010.