miércoles, 24 de abril de 2019

El pacifismo es cosa de cómplices y bobalicones.

Hace muy pocos días alguien me contestó a un artículo diciendo que nuestras peticiones de desmilitarización son propias de “un pacifismo bobalicón” y que nunca como ahora hemos estado tantos años seguidos en paz… sin contar (aunque esto no lo menciona quien me contestó) los muchos frentes bélicos en los que está presente el ejército español al abrigo de la OTAN o de EE.UU.

Pero más me llama la atención que la sociedad preste la preocupación que se merece a la violencia de género y a la violencia contra la Naturaleza, al cambio climático me refiero, y no sea capaz de mostrar la misma sensibilidad con respecto al desastre de las guerras, de los enfrentamientos armados organizados por los de siempre.

La ciudadanía, con sobrada razón, se moviliza contra el cambio climático, contra la violencia de género y contra los graves repuntes del racismo y la xenofobia que estamos viendo, pero no se moviliza con la misma energía frente a las armas nucleares o frente a la guerra en Siria o al genocidio del pueblo palestino. Me pregunto por qué, aunque sospecho que la respuesta está en la capacidad de lavar cerebros de los medios de comunicación más potentes.

Los gastos mundiales en armamentos son de sobra conocidos. Según el Banco Mundial, una entidad que no creo que se caracterice por su antimilitarismo, el gasto mundial en armamentos es de 1,7 billones de dólares… una cifra -que probablemente será muy superior- con la que podrían salvarse muchos millones de seres humanos del hambre y la muerte. Los poderosos invierten en armas los recursos que son necesarios para que millones de seres puedan comer… y a esto algunos le llaman "orden internacional" o “paz” o “democracia”, incluso "defensa de los derechos humanos". Aunque me da miedo, no me asombra, porque soy viejo y ya sé de qué son capaces los seres humanos. ¿Nunca es noticia cómo los gastos militares generan pobreza, degradación, muerte?. Si alguien propone desviar dinero de las guerras para salvar vidas entonces, eso sí, ese es un “pacifista bobalicón”.


El caso es que a quienes pedimos el desarme y el cese de las guerras, el alto el fuego, la desmilitarización, nos llaman tranquilamente  “bobalicones” y, a veces, cómplices de este o aquel supuesto enemigo. Solamente creer que es posible parar las guerras y terminar con el militarismo es ya signo, según algunos, de inocencia. Ser realista, maduro, consciente, es admitir las guerras y estar militarmente preparados para vivir en este mundo de guerras, al precio que sea.

Si apoyamos el envío de tropas de élite a distintos frentes de combate, como en Rusia o en Irak (donde hay situaciones bélicas o prebélicas), si apoyamos el escudo antimisiles o las bases o los submarinos nucleares correteando por nuestras costas, entonces somos buenos y comprometidos ciudadanos. Si, por el contrario, señalamos como ética y políticamente inaceptable la fabricación y venta de armas para dictaduras como Arabia Saudí entonces somos bobalicones…

¿Cuáles serán los adjetivos más suaves que muchos nos habrán endosado a los pacifistas por alzar nuestra voz frente a la fabricación de varios buques de guerra para Arabia Saudí en los astilleros de Navantia en la Bahia de Cádiz?. Cualquier día a los pacifistas nos encierran por locos en un centro psiquiátrico, o nos meten en la cárcel, o nos queman vivos en una plaza pública. Aunque, de momento, el Sistema ha elegido una modalidad de castigo más fina para nosotros: la muerte en vida, es decir, la anulación total como voces políticas dignas de ser tenidas en cuenta. Se nos convierte totalmente en “otro”, se nos cosifica por la vía de la negación absoluta de nuestras propuestas y se nos tilda de sospechosos cómplices con quienes nos hacen daños o nos podrían hacer daño según los fabricantes de armas y sus muchos empleados en distintos puestos de fábricas, escaños, periódicos, etc.

Esto mismo les está pasando a las feministas, aunque en menor medida. Porque un cierto sector de la sociedad, ahora electoralmente en alza, les acusa directamente de “feminazis”. Es decir, los grupos ideológicos recalcitrantemente patriarcalistas y machistas quieren que nada cambie, que el poder de los hombres sobre las mujeres no cambie; y atacan directamente a las militantes feministas, tratando de destruirlas sin más. A los pacifistas no nos pasa eso porque no existimos. No nos atacan tanto porque frente a la oleada de adhesión que provoca el desembarco de la Legión en Málaga para llevar en andas al cristo de Mena no somos nada.

La Junta de Andalucía y la prensa andaluza del grupo Joly, por ejemplo, se han encargado de repetir hasta la saciedad que la construcción del carguero militar A400M en Sevilla es una bendición, que supuestamente se traduce en muchos puestos de empleo, para nuestra comunidad autónoma. Así pulverizan cualquier otra opinión sobre los mortíferos efectos de las industrias de armas y de ese despilfarro de dinero público, así ningunean las propuestas del pacifismo andaluz de desmilitarización y de reconversión de las bases militares en bases completamente civiles de ayuda solidaria internacional.

Pero los pacifistas no somos la quinta columna de ningún yihadismo, ni empleados de Rusia, ni admiradores de China… Simplemente queremos sociedades democráticas donde las guerras no existan, es decir, queremos un estado de cosas que no se funde -como en la época del colonialismo y el primer industrialismo- en la fuerza militar como única razón de la organización de las naciones en el ámbito internacional.

Cualquier persona de buena fe nos puede comprender fácilmente si se repara un momento en la enorme peligrosidad para la vida en el planeta de las armas de destrucción masiva. Es decir, cualquiera puede comprender que el pacifismo es una opción política necesaria, útil, constructiva, vital, si se admite que defender las armas de destrucción masiva (como ha hecho el Partido Popular últimamente al no querer suscribir un tratado internacional de prohibición total de las mismas) es simplemente atentar contra la integridad de la vida sobre el planeta.

Pienso que, en realidad, el pacifismo, el ecologismo y el feminismo son tres caras de un mismo triángulo de esperanza, a saber, formas semejantes de trabajar por un mundo sin violencia, un mundo nuevamente humano. Quienes crean que somos cómplices o bobalicones que miren las cifras de la deforestación y la contaminación mundial, o del gasto militar mundial, o de la violencia contra las mujeres en todo el planeta.