miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Alguien recuerda aquellos 40.000 soldados muertos en el verano de 1904 en Liao-Yang?


 






Yo no solamente no me acordaba, sino que no sabía exactamente que en aquella fecha y en aquél lugar rusos y japoneses se masacraban unos a otros porque se disputaban la hegemonía de la influencia sobre Manchuria y sobre Corea. Tampoco había caído en la cuenta de la enorme importancia que esa lejana y sangrienta guerra ruso-japonesa (1), junto a la Primera Guerra Mundial, tuvo respecto al proyecto revolucionario de octubre de 1917 en Rusia, además de, tan directamente, sobre la revolución rusa de 1905. El caso es que nadie ya se acuerda de aquella carnicería de Liao-Yang. Una carnicería más entre las muchas que podrían citarse a lo largo, ancho, alto y sobre todo bajo, muy bajo, de toda la mortífera historia de la edad contemporánea. 40.000 personas inmoladas no sabemos para qué.

 
Pues bien, he encontrado un texto, publicado en 27 de enero de 1905 en “Las Dominicales. Semanario Librepensador. Órgano de la Federación Internacional de Librepensadores en España, Portugal y América íbera” (Madrid) (2), en donde se denuncia con estupor la entonces ya galopante industrialización de las guerras (acorazados, minas, trincheras, mayor potencia explosiva y destructiva de los artilugios y armas, etc.) y se señala ese fenómeno -la guerra mecanizada y monetarizada- como causa de la locura humana y el sufrimiento de los pueblos. Un espanto que se desataría, ya sin remedio, entre 1914 y 1918 en suelo europeo y que originaría, hasta nuestros días, holocaustos varios en el mundo.
 

Ahora que celebramos, como cada 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos Humanos, me parece importante recordar que el derecho a la Paz es uno de los más principales a preservar hoy en el mundo (3). Por ello, pienso que merece la pena leer ese artículo que he localizado y, a la par que lo reflexionamos con perspectiva histórica, hagamos por alzar nuestra voz frente a lo que está ocurriendo en estos momentos, con implicación de España, en países como Irak o Siria. Leamos este emotivo y crítico artículo Contra la guerra (1905), también, posicionándonos críticamente frente a palabras, tan equívocas y peligrosas, como las que, sorprendentemente, acaba de pronunciar el papa Francisco:


Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar” (4)



Contra la guerra
 

Ha rodado por toda la prensa del mundo, entre aplausos, un artículo del doctor Jacoby, donde este señala un nuevo horrible peligro de la guerra: la locura.
 
Hay algo en la guerra actual, dice el doctor Jacoby, que parodia y reproduce las grandes convulsiones cósmicas y que sacude, por lo tanto, el espíritu, como en los momentos en que el hombre se encuentra en presencia de los momentos que originan las fuerzas de la naturaleza desencadenadas y monstruosas.
 
El acorazado se hunde sin pelear, y tras breves momentos de un pánico tanto más tremendo cuanto menos esperado, ochocientos tripulantes son arrastrados al fondo del abismo.
 
Tiembla de súbito el terreno bajo los pies de un ejército en marcha, y estallando la mina, dos o tres compañías son arrojadas por los aires.
 
El soldado en las trincheras no tiene enfrente al enemigo cuyos movimientos observa, sino que baterías lejanas y ocultas a sus miradas cubren el suelo á su alrededor de centenares de bombas que estallan produciendo en sus compañeros bárbaros destrozos.
 
La guerra es hoy la industria de la carnicería, de la devastación, de la catástrofe, llevada a sus últimos más refinados y espantables progresos.
 
Los peligros de la batalla han adquirido un nuevo aspecto con esta evolución del arte militar: falta aquel elemento pasional que en los antiguos combates embargaba el ánimo de los soldados en sus luchas cuerpo a cuerpo con el enemigo, haciéndoles olvidar el peligro, para esforzarse por conseguir tal o cual objetivo, la importancia de cual era a todos manifiesta.
 
En la actualidad las tropas están desorientadas, ignorando el por qué de los movimientos que realizan. A veces, cuando retroceden apresuradamente y pudieran creerse en completa derrota, están asegurando la victoria con su cooperación é importantes cambios de línea; hay soldados que, después de diez días de marchas y contramarchas, no han visto ni una sola vez al enemigo, y se enteran de que han logrado un triunfo cuando no creían haber entrado en combate; el hambre y la sed, se unen en las guerras modernas las monstruosas hecatombes en que centenares de hombres perecen víctimas de alguna de esas formidables explosiones, cuando se creían lejos de todo peligro por la distancia a que se hallaban de las fuerzas del contrario.
 
¿Cuál será el estado de ánimo de los sobrevivientes de esas catástrofes?.
 
Después de las batallas libradas alrededor de Liao-Yang (5), el número de locos en el ejército ruso era aterrador.
 
Varios días, sin alimento apenas, sin descanso, sin sueño, oyendo constantemente el tronar de centenares de piezas de artillería, envueltos en lodo y en sangre, abiertos los espantados ojos a los más aterradores espectáculos, vencerían la resistencia hasta de los más fuertes.
 
La Sanidad militar hubo de recoger y aislar a centenares de locos, además de atender a tantos y tantos heridos. Muchos fueron enviados a Moscou, por no haber en sitio más próximo asilos para alienados; pero un viaje de 10.000 kilómetros en la situación en que los infelices soldados se encontraban, era incompatible con el restablecimiento de los pobres alienados. El desequilibrio mental parecía menor en los que pedían ser alejados del campo de batalla y recluídos en algún sitio seguro y cercano, que en aquellos otros que se veían obligados a soportar las fatigas de un viaje tan penoso. Manicomios establecidos en Irkoust, Kharbin y Tehita recogen en la actualidad a los dementes.
 
Cierto: la guerra es la locura, y no la pueden consentir más tiempos hombres de razón.
 
Lector, que no te aprestes a aumentar la falange de los que luchan todos los días para acabar con la guerra: vete, vete a habitar con tu especie irracional a una casa de locos.
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Notas: