miércoles, 29 de mayo de 2024
sábado, 25 de mayo de 2024
"El afán de destrucción y de exterminio" (Hesse, 1927).-
En 1927 H. Hesse escribió "El lobo estepario"; y en esta novela (que habla frecuentemente de las guerras) aparece un texto profético acerca del impacto negativo de las máquinas sobre la vida humana. El texto, bajo la forma literaria de una especie de sueño muy macabro, termina aludiendo al "afán de destrucción y exterminio"...
Quizás el mismo sentimiento-pulsión de violencia desesperada, fruto del miedo, que hoy las frías élites quieren que se desate en defensa simplemente de su propio poder. Quizás si no hay una guerra muy destructiva las élites perderían su poder. Y quizás por esto, tan sencillo, estén preparando una masacre de proporciones nunca vistas. El gatillo ellos lo conocen muy bien: alentar en la gente, sin freno, infoxicando el ambiente sin límites, ese "afán de destrucción y exterminio".
El truco que usan es que hoy la mayoría de la gente ignora los efectos (biocidas/planetarios/con muchas decenas de millones de víctimas/degradación del medio ambiente/era de violencia y dictaduras, etc.) de los arsenales de destrucción masiva que, en manos de esas élites, aguardan su turno.
Hermann Hesse: "El lobo estepario" (1927), Ed. Alianza, Madrid, 2004 (7ª reimp.), págs. 203-204:
"Me encontré arrebatado, en un mundo agitado y bullicioso. Por las calles corrían los automóviles a toda velocidad y se dedicaban a la caza de los peatones, los atropellaban haciéndolos papilla, los aplastaban horrorosamente contra las paredes de las casas. Comprendí al punto: era la lucha entre los hombres y las máquinas, preparada, esperada y temida desde hace mucho tiempo, la que por fin había estallado. Por todas partes yacían muertos y mutilados, por todas partes también automóviles apedreados, retorcidos, medio quemados; sobre la espantosa confusión volaban aeroplanos, y también a éstos se les tiraba desde muchos tejados y ventanas con fusiles y con ametralladoras. En todas las paredes anuncios fieros y magníficamente llamativos invitaban a toda la nación, en letras gigantescas que ardían como antorchas, a ponerse al fin al lado de los hombres contra las máquinas, a asesinar por fin a los ricos opulentos, bien vestidos y perfumados, que con ayuda de las máquinas sacaban el jugo a los demás y hacer polvo a la vez sus grandes automóviles, que no cesaban de toser, de gruñir con mala intención y de hacer un ruido infernal, a incendiar por último las fábricas y barrer y despoblar un poco la tierra profanada, para que pudiera volver a salir la hierba y surgir otra vez del polvoriento mundo de cemento algo así como bosques, praderas, pastos, arroyos y marismas.
Otros anuncios, en cambio, en colores más finos y menos infantiles, redactados en una forma muy inteligente y espiritual, prevenían con afán a todos los propietarios y a todos los circunspectos contra el caos amenazador de la anarquía, cantaban con verdadera emoción la bendición del orden, del trabajo, de la propiedad, de la cultura, del derecho, y ensalzaban las máquinas como la más alta y última conquista del hombre, con cuya ayuda habríamos de convertirnos en dioses. Pensativo y admirado leí los anuncios, los rojos y los verdes; de un modo extraño me impresionó su inflamada oratoria, su lógica aplastante; tenían razón, y, hondamente convencido, me quedé parado ya ante uno, ya ante el otro, y, sin embargo, un tanto inquieto por el tiroteo bastante vivo. El caso es que lo principal estaba claro: había guerra, una guerra violenta, racial y altamente simpática, en donde no se trataba de emperadores, repúblicas, fronteras, ni de banderas y colores y otras cosas por el estilo, más bien decorativas y teatrales, de fruslerías en el fondo, sino en donde todo aquel a quien le faltaba aire para respirar y a quien ya no le sabia bien la vida, daba persuasiva expresión a su malestar y trataba de preparar la destrucción general del mundo civilizado de hojalata. Vi cómo a todos les salía risueño a los ojos, claro y sincero, el afán de destrucción y de exterminio, y dentro de mí mismo florecían estas salvajes flores rojas, grandes y lozanas, y no reían menos. Con alegría me incorporé a la lucha."
lunes, 13 de mayo de 2024
Una reflexión sobre la guerra (Herman Hesse).-
Abogando por el pacifismo, en 1927 Herman Hesse escribió en El lobo estepario este premonitorio texto sobre el advenimiento de otra gran carnicería en Europa:
<<Nos encontramos a la tarde siguiente en un café. Armanda estaba allí sentada ya cuando llegué; tomaba té y me enseñó sonriendo un periódico en el que había descubierto mi nombre. Era uno de los libelos reaccionarios de mi tierra, en los que de cuando en cuando iban dando la vuelta violentos artículos difamatorios contra mí. Yo fui durante la guerra enemigo de ésta, y después, cuando se presentó ocasión, prediqué tranquilidad, paciencia, humanidad y autocrítica y combatí la instigación nacionalista que cada día se iba haciendo más aguda, más necia y más descarada. Allí había otra vez un ataque de éstos, mal escrito, a medias compuesto por el redactor mismo, a medias plagiado de los muchos artículos parecidos de la Prensa de su propio sector. Es sabido que nadie escribe tan mal como los defensores de ideologías que envejecen, que nadie ejerce su oficio con menos pulcritud y cuidado. Armanda había leído el artículo y había sabido por él que Harry Haller era un ser nocivo y un socio sin patria, y que naturalmente a la patria no le podía ir sino muy mal en tanto fueran tolerados estos hombres y estas teorías, y se educara a la juventud en ideas sentimentales de humanidad, en lugar de despertar el afán de venganza guerrera contra el enemigo histórico.
-¿Eres tú éste? -preguntó Armanda señalando mi nombre-. Pues te has proporcionado serios adversarios, Harry... ¿Te molesta esto?
Leí algunas líneas; era lo de siempre: cada una de estas frases difamatorias estereotipadas me era conocida hasta la saciedad desde hace años.
-No -dije-; no me molesta; estoy acostumbrado a ello hace muchísimo tiempo. Un par de veces he expresado la opinión de que todo pueblo y hasta todo hombre aislado, en vez de soñar con mentidas «responsabilidades» políticas, debía reflexionar dentro de sí, hasta qué punto él mismo, por errores, negligencias y malos hábitos, tiene parte también en la guerra y en todos los demás males del mundo; éste acaso sea el único camino de evitar la próxima guerra. Esto no me lo perdonan, pues es natural que ellos mismos se crean perfectamente inocentes: el káiser, los generales, los grandes industriales, los políticos, nadie tiene que echarse en cara lo más mínimo, nadie tiene ninguna clase de culpa. Se diría que todo estaba magníficamente en el mundo..., sólo yacen dentro de la tierra una docena de millones de hombres asesinados. Y mira, Armanda, aun cuando estos artículos difamatorios ya no puedan molestarme, alguna vez no dejan de entristecerme. Dos tercios de mis compatriotas leen esta clase de periódicos, leen todas las mañanas y todas las noches estos ecos, son trabajados, exhortados, excitados, los van haciendo descontentos y malvados, y el objetivo y fin de todo esto es la guerra otra vez, la guerra próxima que se acerca, que será aún más horrorosa que lo ha sido esta última. Todo esto es claro y sencillo; todo hombre podría comprenderlo, podría llegar a la misma conclusión con una sola hora de meditación. Pero ninguno quiere eso, ninguno quiere evitar la guerra próxima, ninguno quiere ahorrarse así mismo y a sus hijos la próxima matanza de millones de seres, si no puede tenerlo más barato. Meditar una hora, entrar un rato dentro de sí e inquirir hasta qué punto tiene uno parte y es corresponsable en el desorden y en la maldad del mundo; mira, eso no lo quiere nadie. Y así seguirá todo, y la próxima guerra se prepara con ardor día tras día por muchos miles de hombres. Esto, desde que lo sé, me ha paralizado y me ha llevado a la desesperación, ya que no hay para mí «patria» ni ideales, todo eso no es más que escenario para los señores que preparan la próxima carnicería. No sirve para nada pensar, ni decir, ni escribir nada humano, no tiene sentido dar vueltas a buenas ideas dentro de la cabeza; para dos o tres hombres que hacen esto, hay día por día miles de periódicos, revistas, discursos, sesiones públicas y secretas, que aspiran a lo contrario y lo consiguen.
Armanda había escuchado con interés.
-Sí -dijo al fin-, tienes razón. Es evidente que volverá a haber guerra, no hace falta leer periódicos para saberlo. Por ello es natural que esté uno triste; pero esto no tiene valor alguno. Es exactamente lo mismo que si estuviéramos tristes porque, a pesar de todo lo que hagamos en contra, un día indefectiblemente hayamos de tener que morir. La lucha contra la muerte, querido Harry, es siempre una cosa hermosa, noble, digna y sublime; por tanto, también la lucha contra la guerra. Pero no deja de ser en todo caso una quijotada sin esperanza.
- Quizá sea verdad - exclamé violento-, pero con tales verdades como la de que todos tenemos que morir en plazo breve y, por tanto, que todo es igual y nada merece la pena, con esto se hace uno la vida superficial y tonta. ¿Es que hemos de prescindir de todo, de renunciar a todo espíritu, a todo afán, a toda humanidad, dejar que siga triunfando la ambición y el dinero y aguardar la próxima movilización tomando un vaso de cerveza?
Extraordinaria fue la mirada que me dirigió Armanda, una mirada llena de complacencia, de burla y picardía y de camaradería comprensiva, y al mismo tiempo tan llena de gravedad, de ciencia y de seriedad insondable.
-Eso no lo harás -dijo maternalmente-. Tu vida no ha de ser superficial y tonta, porque sepas que tu lucha ha de ser estéril. Es mucho más superficial, Harry, que luches por algo bueno e ideal y creas que has de conseguirlo. ¿ Es que los ideales están ahí para que los alcancemos? ¿Vivimos nosotros los hombres para suprimir la muerte? No; vivimos para temerla, y luego, para amarla, y precisamente por ella se enciende el poquito de vida alguna vez de modo tan bello durante una hora. Eres un niño, Harry. Sé dócil ahora y vente conmigo, tenemos hoy mucho que hacer. Hoy no he de volver a ocuparme de la guerra y de los periódicos. ¿Y tú?
¡ Oh, no! También yo estaba dispuesto a no preocuparme de nada>>.
viernes, 10 de mayo de 2024
Y LOS HORRORES DE LA GUERRA, SRA. MINISTRA?.-
Muchas veces la he oído a usted decir que la guerra, el ejército, la fabricación de armas, el envío de tropas a tantos frentes, los gastos militares... que todo esto no es nada que tenga que ver con la política, que es, repite usted hasta el infinito, "una cuestión de estado".
Para evitar que haya críticas al militarismo gubernamental usted, torpemente, intenta sustraer el problema de la violencia militarista del debate ciudadano. Verla en este intento me parece un espectáculo mucho peor que bochornoso. Porque empeñarse en robar o tratar de impedir el debate público sobre esa cuestión es GRAVÍSIMO.
Y aún más negativo me parece que siembre usted vientos de guerra ocultando a la ciudadanía los horrores que producen las guerras.
Está usted entregada (de una manera tan tan exagerada que llama la atención) a piropear a las Fuerzas Armadas 24 horas. Pero nunca menciona ni alude en ningún sentido a los HORRORES de las guerras.
La muerte de cientos, miles, centenares de miles o millones o decenas de millones de seres humanos es una pequeña cuestión que nunca está en sus labios.
Qué extraño, señora ministra de la Guerra, que sea lo que más preocupa a la ciudadanía precisamente aquello de lo que usted jamás habla.
Me pregunto si usted, dando ejemplo de coherencia, iría la primera al frente de batalla a arriesgarse a que un obús la parta en dos. Me da que no. Y me da que es por eso, entre otras razones, por lo que nunca habla de los horrores de la guerra.
Puede, quién sabe, que esté usted convencida de que omitiendo este asunto la gente irá mansamente a la guerra a que la degüellen como a corderos. Pero se equivoca: todos sabemos cuál es la razón por la que usted calla respecto a la inmensa carnicería que podría perpetrarse en toda Europa gracias al discurso agresivo de la OTAN que usted y su gobierno defienden.
A modo de trampantojo que nos refriega por la cara (metiendo miedo, vamos) usted habla de lo malo que es Putin (y ciertamente que lo es visto lo visto), pero luego resulta que reproduce una conducta política, estrategia, discurso y respuesta militarista de iguales o peores consecuencias que las de Putin. Quiere usted, entre sonrisitas, solucionar una guerra expandiendo el conflicto a todo el planeta (... ocultando los costes humanos).
Recapacite. No siga intentando engañar. Deje de atizar el fuego. No repita más que la guerra "es una cuestión de estado" y que nadie debe hablar al respecto. No lo está consiguiendo, ya que todo el mundo sabe (Ucrania y Gaza son dos ejemplos claros) del LUGAR DE HORROR a donde el militarismo nos lleva.
Señora ministra Margarita Robles, está usted exponiendo nuestras vidas a una carnicería. Y no tiene derecho a hacerlo.