Supongo que este general asesino no se imaginaría nunca que estaría en el año 2020 dando tanto de qué hablar. En todo caso, no le gustaría que sobre sus ruines huesos toda la sociedad estuviera hablando mal, no le agradaría que su nombre estuviese todos los días en boca de jueces, creyentes, memorialistas, periodistas, políticos, sacerdotes, ciudadanos, feministas, militares… quizás Queipo de Llano querría descansar en paz, cosa que por el momento parece que no le va a ocurrir.
En estos días se ha dicho que sus restos, y los de su esposa, saldrían de la basílica de la Macarena, pero de pronto la hermandad propietaria del templo ha desmentido la noticia, señalando que no hay fecha de inicio ni de finalización del traslado. Esto es, la hermandad ha desmentido que se vayan a trasladar de forma inminente los restos de Queipo a la zona de la sacristía del templo. Mientras tanto, los memorialistas, toda la sociedad democrática en que hoy vivimos, se preguntan cómo es posible que esta situación siga coleteando sin que el gobierno tome cartas en el asunto y solucione definitivamente el caso, al igual que se han sacado los restos del sangriento general Franco del Valle de los Caídos.
Esta tardanza de la democracia española en tomarse en serio el fomento de la memoria histórica y democrática viene de muy atrás, viene, como todo el mundo sabemos, del pacto de silencio en que se fraguó la Transición. Y de aquellos polvos estos pestilentes lodos. Porque, seamos claros y sinceros, este “episodio” de los restos de Queipo de Llano no es más que la punta de un iceberg enorme, es decir, son la prueba más colorida de un abandono sistemático, intenso, crónico y doloroso de la memoria histórica en todo el país. Ahí siguen los restos de José Antonio Primo de Rivera en el Valle de los Caídos y como si nada… Las contradicciones del estado español son tantas en este ámbito de la memoria histórica y democrática que vale hablar de una complicidad directa de la estructura del estado español con la desmemoria. La apuesta del estado por el olvido es férrea.
La reposición de calles franquistas, el tachar textos de Miguel Hernández, la vuelta a los callejeros de antaño (esos que decía Rajoy que ahí han estado de toda la vida sin que pase nada…), la no exhumación de cientos de fosas, la no inscripción en los registros civiles de todos los asesinados, la inexistencia de una comisión de la verdad, los casos de Martín Villa o Billy el Niño, etc., etc. son hechos que contextualizan lo que le está ocurriendo a las ignominiosas cenizas de Queipo.
La Iglesia Católica también está implicada en este asunto hasta el corvejón. La Iglesia, desde la muerte de Franco hasta aquí, se ha dedicado a disfrazarse de víctima de la guerra civil, aireando a los cuatro vientos su martirologio… guardando silencio respecto a la alianza, más que estrecha, entre el régimen y su muy derechosa cúpula. Por supuesto, hay que reconocer que en la guerra civil fueron asesinados miles de sacerdotes y de monjas, lo cual es un hecho condenable en todos los sentidos, pero, por el contrario, la Iglesia Católica dio alas, sin descanso, al concepto de “santa cruzada” y al golpe de estado que los generales africanistas llevaron a genocida efecto. La Iglesia se llenó las manos de sangre en la contienda mediante una implicación ideológica sin cuartel. Y luego vino la connivencia con el régimen a lo largo de 40 años, y luego su Transición como víctima… Este itinerario es, como mínimo, poco o nada democrático. Y así sigue, como el caso Queipo de Llano demuestra sin ambages.
Entonces, es el caso que el franquismo social, ese que se mueve en el fondo intergeneracional de España avivado por organizaciones como Vox y otras, está adquiriendo hoy alguna fuerza política y está llegando hasta donde era previsible: la retorcida propuesta de ley de concordia, intentando derogar la legislación hasta ahora vigente en materia de memoria histórica (por lo demás, tan alicorta y tardía).
Una surrealista ley de concordia que, de estar aprobada ya, quizás podría hacer posible que Queipo de Llano permaneciera otros 90 años en la Basílica de la Macarena. ¿Será eso lo que quiere la hermandad susodicha?, ¿que el PP se atreva con el asunto y pueda obtener una victoria ideológica, cuasi bélica, sobre el rojerío de Sevilla?.
Es muy increíble que la religión del amor, la religión del Jesús de Nazareth, pueda permanecer en una actitud tan turbia en un asunto como el de los restos mortales del genocida Queipo de Llano. Se ve que el perdón y la compasión no son las características de esta cúpula eclesial, se ve que el amor no tiene nada que ver con su conducta real. Lo cual representa, aparte de algo políticamente preocupante, una propuesta moral, cultural y social retrógrada e inmovilista cuyas repercusiones a medio plazo podrían ser muy negativas.
Parece que la Iglesia Católica se empeña, mediante una cruzada medievalista digna de un estudio antropológico, en devolvernos a una vida en blanco y negro, un mundo donde ella, en la primera escena del Nodo, nos vuelva a pastorear como siempre lo hizo en el pasado desde Trento al Concordato… El no a la salida de Queipo de Llano, como la resistencia de los monjes benedictinos en el Valle de los Caídos, es una hazaña numantina a lo Santiago y cierra España, un nuevo y calculado Alcázar de Toledo que las derechas azuzan y gestionan mediáticamente para no condenar la dictadura franquista y lograr que eche a andar la tan ansiada, por ellos, Ley de Concordia. Todo está atado y bien atado por algunos viejos actores del sistema ahora decididos a salvarnos de la degradación roja (eutanasia, aborto…)
Está en juego, de fondo, en último término, lo que el historiador José Luis Gutiérrez recordó en una reciente conferencia en Jerez: que los rojos de los años 30 “habían perdido el respeto” (usando una vieja expresión de la derechona de Andalucía), es decir, que ya no estaban dispuestos a seguir tragando sapos y cantinelas absurdas que solo eran tapaderas para la dominación y la esclavitud de siempre. Hoy también le hemos perdido el respeto a una iglesia católica que se ha convertido en una correa de transmisión de las ideas más reaccionarias e inmovilistas. Hoy también hemos perdido el respeto a unos políticos y militares que quieren hacernos creer que el golpe de estado de 18 de julio de 1936 tuvo algún tipo de justificación y fundamento de derecho. Y efectivamente, hemos perdido el respeto a quienes, desde las instituciones poderosas del país, han perdido el respeto a la democracia y a los derechos humanos de todos y de todas.
Veamos cuánto más dura esa resistencia de los responsables de la basílica de la Macarena a despertar a Queipo de Llano de su dulce sueño en un país donde todavía existen títulos nobiliarios franquistas, donde el jefe del estado fue elegido por Franco, donde siguen si retirarse miles de símbolos franquistas de la vía pública, donde no ha habido ni un juicio por genocidio… Algún logro han obtenido ya, es cierto, quienes protagonizan esa resistencia, retratarse bien delante de la historia.