La razón principal por la que nos
estamos viendo abocados a la guerra nuclear es que nos sentimos confundidos,
vacíos y descontentos. No tenemos ningún centro espiritual ni moral. No
disponemos de las motivaciones que nos permitirían construir un mundo pacífico,
porque no tenemos de hecho una razón suficiente para frenar nuestra violencia.
En unos tiempos en los que es altamente probable que aparezca en escena otro
Hitler u otro Stalin, semejante carencia puede ser ciertamente fatal (Thomas Merton:
Paz en tiempos de oscuridad, 1962)
Thomas Merton (1915-1968)
fue un monje católico, pacifista comprometido, que vivió en un monasterio trapense
de Kentucky y escribió, entre otras muchas obras, La montaña de los siete círculos (1948). De él y sobre él se han
publicado numerosos estudios, artículos, libros, tesis, etc., y es muy fácil
encontrar en Internet información amplia y variada sobre su vida y su obra (Nota [1]).
Para hablar un
poco sobre su sustanciosa idea de la no-violencia, una no-violencia netamente
cristiana, voy a centrarme en un artículo suyo, titulado “Bienaventurados los
que no se imponen por la fuerza (Las raíces de la no-violencia cristiana)”,
publicado en un libro titulado La violencia de los pobres (Ed. Nova
Terra, Barcelona, 1968), págs. 189-206.
En términos
generales, me gusta y atrae el pensamiento y la opción pacifista de Thomas
Merton, un monje muy comprometido, en plena Guerra Fría, con la denuncia de las
armas nucleares. Aunque también me siento distanciado de él por afirmaciones
suyas, algo simplistas, como esta:
Por otra parte, los puntos de vista de
Marx sobre el cristianismo son evidentemente tendenciosos y deformadores. Una
auténtica comprensión de la no-violencia cristiana (basada en el testimonio
histórico de la era apostólica) demuestra que no sólo es una ‘fuerza’, sino que
sigue siendo quizá la única manera verdaderamente eficaz de transformar al
hombre y a la sociedad humana. Al cabo de casi cincuenta años de revolución
comunista, no nos parece claro que el mundo haya mejorado gracias a la
violencia. No obstante, hemos de ver de cerca cuáles son las ‘condiciones’
capaces de hacer lo más honesto posible la práctica de la no-violencia
cristiana (págs. 196-197).
Quiero achacar
estos juicios generalistas y condenatorios al contexto furiosamente
antimarxista y anticomunista en que le tocó vivir. Identificar, así en términos
generales, la violencia con "cincuenta años de revolución comunista"
me parece un juicio simplista que, no obstante, no quita interés a su visión
de la no-violencia ni hondura humana a sus reflexiones sobre la vida social y
su saludable utopismo (la venida del Reino
de Dios a la que se refirió Tolstoi y tantos otros que hablaron de cristianismo y justicia social). Además, esto lo digo sin
ninguna acritud hacia Merton, el encendido elogio hacia el cristianismo (a la vez que lo contrapone al marxismo y al comunismo) como la única manera verdaderamente eficaz de
transformar al hombre y a la sociedad humana me parece poco acorde con lo
que él mismo, como cito más abajo, reconoce respecto a lo poco adecuado de la
intransigencia, el dogmatismo, las visiones cerradas, la ostentación de la
verdad particular de uno, etc. La condenación anatemática del marxismo es
algo poco defendible; su equiparación absoluta a determinados períodos o formas (sin
duda totalitarios y rechazables) de la vida política de la URSS también me parece un error;
lo mismo que me lo parecería la afirmación de quien dijese que el cristianismo puede
reducirse sin más al apoyo al fascismo de la iglesia
franquista de 1936 en adelante.
Es interesante este vídeo de la última conferencia (en abril de 1968) que dio Merton, la cual versaba precisamente sobre el comunismo y la vida monástica: http://www.youtube.com/watch?v=0m4sLu3iakQ
Señalemos que Merton,
lector de Marcuse, Fromm, etc., fue en su juventud (Columbia, a mediados de los
años 30) miembro de la marxista Liga Nacional de Estudiantes y mantuvo siempre,
también, una crítica ética y cultural muy contundente frente al capitalismo,
desde el cual, en sus palabras, “no hay
mal que no se fomente y estimule por hacer dinero”. Pero dejemos ya a un
lado estos importantes asuntos y sobre los que algo se dice en los libros
citados en la nota 1 (ver más abajo).
En cuanto a la
no-violencia, Merton lo dice rápido y claro: ser un no-violento significa optar
por la verdad y el derecho, no por
las represalias violentas, ser capaces de enfrentarse a las amenazas de muerte
y olvidarse de fines arbitrarios, efímeros o egoístas:
Quien practica la resistencia no
violenta se compromete en un sentido muy real a no defender sus propios
intereses ni siquiera los de un grupo particular: debe comprometerse a defender
la verdad y el derecho objetivos, y por encima de todo, a defender al hombre
(pág. 190)
Merton advierte
también a los no-violentos de que no se dejen llevar por el autocomplaciente
farisaísmo de nosotros somos el lado
moral y virtuoso y los otros, cualquiera
de nuestros adversarios, el lado perverso a abatir:
El resistente no violento no lucha
meramente por ‘su’ verdad o por ‘su’ buena consciencia, o por el derecho que
está de ‘su’ parte. Por el contrario, su fuerza y a la vez ‘su’ flaqueza
radican en el hecho de que lucha por la verdad, que es común a él y a su
adversario; por ‘el’ derecho, que es objetivo y universal. Lucha por ‘todo’ el
mundo (págs. 190-1).
Y esto que dice
Merton es, creo yo, compartido también por todos quienes, sean creyentes o no,
trabajamos desde la Noviolencia. Aunque el problema sigue estribando, claro, en
hacer ver esa verdad común y ese ‘el’ derecho… de todo el mundo… a, por poner
un ejemplo, un lobby económico que se esfuerza en presionar a varios
parlamentarios españoles para que se compren determinadas armas que, sin duda,
van a causar inmensos destrozos humanos y rémoras económicas a las arcas
públicas muy considerables. Sin emplear la violencia ni la destrucción del
adversario político, hay que buscar alguna eficacia -y no sólo una resistencia de tipo testimonial- en el
intento de frenar los objetivos de ese lobby. La verdad común al vendedor de armas y al activista de la Noviolencia no
puede ser otra que la defensa de la vida, de toda la vida; y en este sentido ‘el otro’ está -en el ejemplo propuesto- en
un gravísimo error, a pesar de su consabida argumentación de que armarse hasta
los dientes garantiza la paz, que
merece nuestra activa oposición, no sólo nuestra resistencia, como noviolentos.
Pero Merton, que,
la verdad, no aterriza demasiado, en este artículo, en ejemplos concretos,
aporta algo que hoy solemos olvidar los activistas de la Noviolencia que
hacemos regularmente política desde las organizaciones sociales, a saber, que la Noviolencia tiene aspectos de
fortaleza/eficacia lo mismo que de flaqueza/modestia. Más adelante se abunda en
esta cuestión. Que la Noviolencia, como no lo debe ser ningún ideario u opción
en el ámbito de la política, no es garantía matemática de eficacia ni un
principio incontestable ni una técnica infalible ni una utopía cerrada… ni
tiene que serlo. No es poco, me parece a mí, esta heterodoxa aportación que nos
devuelve a quienes solemos caer -como es mi caso- en ciertos absolutismos
puristas a un lugar menos exigente y rígido... sin que esto signifique, por
supuesto, tampoco, la confusión de política con simple testimonialismo ético o
religioso.
Es verdad que si
sólo llegáramos en un Presupuesto General del Estado a, seguramente de modo
eventual, impedir a los fabricantes/vendedores de armas a gran escala lograr
sus fines sin llegar a convencerlo profundamente, a él y a sus clientes, de lo
negativo de su conducta, entonces, le doy la razón a Merton, nos veríamos
sujetos a una lucha eterna de buenos
contra malos. Las victorias efímeras no deben deslumbrarnos. Sin embargo, yo
insisto, incluso admitiendo esa flaqueza/modestia, en que los no violentos también
somos políticos y que debemos afrontar situaciones concretas y buscar logros
concretos de Paz, de Vida, de Esperanza. Esperar a que los fabricantes/vendedores
de armas comprendan y acepten nuestros razonamientos es un camino de una
inocencia inaceptable.
Luego Merton, un
místico católico, dice cosas muy esperables (pero que quizás muchos cristianos
de la iglesia católica ortodoxa de la España más conservadora de hoy no
aceptarían tampoco en todos sus puntos): a) la “no-violencia exige una base metafísica y religiosa, referida a la vez
al ser y a Dios”, b) “para el
cristiano, la base de la no-violencia es el evangelio… salvación para todos los
hombres y mensaje del reino de Dios al que todos están convidados”, c) “el amor, la apertura, la simplicidad, la
humildad y el sentido del sacrificio de los cristianos” como claves de su
acción no-violenta, d) “la obediencia [a
Cristo redentor] a su mandamiento de amarle y de manifestarle en nosotros”,
e) “Bienaventurados los pobres de
espíritu… bienaventurados los mansos” (del Sermón de la Montaña, Mt., 5,
3-4).
Merton dice,
aunque no se extiende en ello como a mí me gustaría, que la mansedumbre y la pobreza de espíritu de la que se habla en el Sermón de la Montaña
no es sinónimo de someterse sin más a las opresiones injustas… sino que son
cualidades de una especial lucha, aquélla que, más allá de las victorias
efímeras, se califica como lucha por la
verdad y el derecho.
Luego añade
algo, también muy presente en Gandhi y que me parece muy definitorio de toda opción
por la Noviolencia (sea ésta de orígenes o fundamentos religiosos o no), como
es la fe o la confianza en que la acción perseverante y aparentemente frágil de
los que no tienen poder generará los mejores resultados. Así que el no-violento
es un ser sin fuerza coactiva pero cargado de fértil paciencia y certidumbre
profética. Su pausada estrategia pivota sobre una gran confianza en la verdad y el derecho que habita en
todos los seres humanos. Para Merton, por tanto, la Noviolencia debe buscar,
más que victorias efímeras (en las que yo, desde luego, tampoco dejo de creer),
el florecimiento de la verdad y el derecho
(ideal rector de toda acción política humanista).
El monje añade
que un no-violento debe ser capaz de sentir toda la vulnerabilidad a la que pueden conducirle sus luchas… y “arriesgar su vida con el fin de dar
testimonio” si llega el caso. El no-violento ha de prescindir de “la protección de la violencia y correr el
riesgo de ser humilde”. Dificilísimo programa moral que, lo mismo que el
término resistencia da a entender,
queda centrado en el inmenso reto ético cristiano de dar testimonio. Merton no añade nada en este artículo que
comentamos acerca de los límites, las condiciones, etc., de esa arriesgada
entrega última a los agresores y los injustos llegado el caso.
Luego Thomas
Merton hace una suave condena de la desobediencia civil que yo no comparto. En
la página 195 del artículo que estoy comentando dice literalmente que “ciertos actos de desobediencia cívica no
hagan más que sublevar al adversario, pero sin inspirarle el deseo de comunicar
de forma alguna, salvo con balas o con misiles”. A mí me parece que la Noviolencia
no es solamente capacidad de diálogo o diálogo surgido a base de mostrar,
previamente, que los opresores cuentan con una resignada o ilimitada capacidad
de sufrir por parte de los oprimidos. Toda provocación
a los poderosos que se ejercitan sin tapujos en la imposición de las
injusticias flagrantes no puede ser considerada una enfermiza necesidad de
martirio, una búsqueda solapada de represión política para la autojustificación,
etc. La Noviolencia y la desobediencia van, a mi juicio, muy parejas.
Por supuesto, lo
que dice Merton, en términos generales, no es ninguna tontería. Gandhi supo de
esto, por ejemplo, en Amritsar el día 13 de abril de 1919; momento en el que
los soldados ingleses dispararon sobre la multitud, causando, según algunas
fuentes, más de 1.500 muertos. Sin embargo, el fundamento de la Noviolencia es,
en opinión de muchos, la no-cooperación con la injusticia, lo cual, es obvio,
implica, aunque sin la intención de destruir al adversario político, la
desobediencia. Creo que Merton opone diálogo y desobediencia, lo cual no
comparto:
En vez de utilizar al adversario como
palanca para el propio esfuerzo hacia la realización de un ideal, la
no-violencia procura únicamente entrar en diálogo con él para poder alcanzar,
siempre con él, el bien común del hombre.
Sí suscribo sus
sabias palabras: “La fuerza siempre
protege el bien de unos cuantos a expensas de todos los demás. Sólo el amor
puede alcanzar y proteger el bien de todos”, pero le preguntaría a Merton:
¿es realista, por amor, dialogando, sin odiar, no dirigirse directamente, en
actitud desobediente, hacia el núcleo o fundamento que hace posible a los
poderosos el ejercicio violento que sustenta las situaciones de injusticia de
las que ellos se benefician con, frecuentemente, tanta frialdad humana?. Es
decir, yo le diría a Merton, en suma, que la Noviolencia no es incompatible con
la demostración de cierta fuerza por
parte de quienes son oprimidos. Una fuerza
no opuesta al amor y fundada en, básicamente, la acción política, la
desobediencia, la no-cooperación y la proposición de alternativas.
Merton era un
hombre sincero. No duda, también en este artículo que estamos comentando, en
hacer una severa crítica a la detentación de riqueza por parte de las naciones
de mayoría católica (pág. 196) y, para evitar una propuesta de no-violencia
vacía o mistificada, se ocupa de señalar varios puntos realistas a la hora de su ejercicio:
1º.-Cambiar
el mundo: también para Merton la no-violencia ha de buscar eficacia de algún modo,
alejándose lo mismo de los “bandos en conflicto” (y así no quedar politizada) que
de la apoliticidad.
2º.-Liberar a
los pobres: “…en el caso de los
negros americanos… comprometerse en una lucha no-violenta por sus derechos,
pero incluso en su caso esta lucha debiera ser ante todo por la verdad misma,
ya que es ésta la fuente de su fuerza”
3º.-Modestia
de la protesta: “la no-violencia debe
abstenerse de toda afirmación fácil y fanática de su propia razón, y no puede
admitir el contentarse con un gesto teatral de autojustificación”, la
no-violencia debe evitar, “más que nada,
la ambigüedad de una protesta imprecisa”
4º.-Una
auténtica eficacia: el gran objetivo de Merton, que clama por lo que
considera la auténtica humildad y la moderación, es no sujetarse nunca a “la técnica política mantenida en tensión por
la violencia”, evitando “la tentación
de conseguir resultados rápidos por medio de artificios espectaculares o de
formas de protesta meramente folklóricas y provocativas”… “invitando al adversario a una discusión
seria y razonable”
5º.-Fraternidad:
el monje cita aquí a Pablo VI: “Si
queréis ser hermanos, soltad las armas de la mano. No se puede amar con armas
ofensivas en la mano”.
6º.-Establecer
el diálogo: el adversario puede enseñarnos cosas porque no es “enteramente inhumano, malo, insensato, cruel”…
El adversario debe comprobar en nosotros que estamos por la verdad, es decir, no por salirnos con la nuestra y ganarle la
partida sin más. Superando tanto una posible reconciliación superficial como el
“complejo del ultimátum”, Merton
propone mucha capacidad de diálogo y “mantener
abiertos los espíritus para la aceptación de las distintas alternativas
posibles”.
7º.-Un
contenido de esperanza: alejado de la visión católica más tradicional que
ve en el hombre a un ser caído y naturalmente pecaminoso, confía en “nuestras posibilidades radicalmente sanas”…
que aflorarán si los cristianos, también, trabajan por las condiciones que las
pueden hacer realidades de hecho (pág. 201). Merton es muy riguroso en afirmar
una gran confianza en todos los hombres y muy firme en su advertencia contra
toda protesta que caiga en la “desesperación
pseudoprofética” o toda acción que no sea más que “una salida a las frustraciones personales del que protesta”.
Bien. Esta es la
caracterización que Merton nos presenta de la no-violencia cristiana. Yo me
hago algunas preguntas al respecto:
1ª) ¿alejarnos
de “los bandos en conflicto” es
posible si, creo yo, somos uno de los bandos?; ¿la Noviolencia eficaz ha de
venir de fuera de los contendientes?; ¿de un tercero situado en la verdad?.
2ª) ¿liberar a
ellos, a los pobres, a aquellos que no tienen lo necesario, a aquellos que
padecen la violencia, a, en suma, otros…
que no somos nosotros porque nosotros no padecemos la violencia?
3ª) evitar la
teatralidad hueca y el farisaísmo y el griterío sin fundamento que, además,
podría llevar en ocasiones a consecuencias más negativas para quienes padecen
las injusticias, ¿nos conduciría a una no-violencia éticamente ejemplar pero políticamente
inútil?
4ª) ¿cuál es el
límite entre la no provocación y la sumisión?, ¿no es saludable causar el
afloramiento de los conflictos sin hacer uso de la violencia directa ni de la
encubierta?, ¿no debería haber una tensión sana, que quizás podría gestionarse
con dignidad para todas las partes, donde quepa un razonable ‘forcejeo’?, ¿toda
tensión es negativa y está necesariamente abocada al agravamiento de las
diferencias?.
5ª) dialogar con
espíritu auténticamente abierto con alguien que está decidido a oprimirte y a
aparentar públicamente que dialoga contigo como estrategia mediática para que
nada cambie es muy difícil… ¿cómo un noviolento debe confiar, en qué medida, de
qué modo, durante cuánto tiempo, en un adversario que da muestras sobradas de
perversión y empecinamiento en su conducta injusta?, ¿cuándo el diálogo debe
dejar paso o conjuntarse con otras estrategias noviolentas como, por ejemplo,
la desobediencia colectiva y pública?.
6ª) sí,
esperanza y trabajo decidido para crear las condiciones previas que hagan
posible que afloren las mejores potencialidades de la humanidad, pero la Noviolencia,
tal como ha sido concebida y practicada hasta ahora, ¿qué frutos ha dado?,
¿podemos prescindir de toda “astucia y de
cálculo” (pág. 204) para mantener, fundadamente, la acción noviolenta
esperanzada?.
En suma, pienso
que la no-violencia de Thomas Merton es de un gran misticismo:
Su finalidad consiste en apelar a la
inteligencia y a la libertad de la persona en la medida en que éstas pueden
trascender la naturaleza y la necesidad natural. En lugar de extirparle una
decisión mediante una presión externa, le invita a llegar libremente a una
decisión personal, en el diálogo y la cooperación y en presencia de esta verdad
que la no-violencia pone de manifiesto por medio de su testimonio de
sacrificio. La clave de la no-violencia está en la voluntad del resistente
no-violento de soportar un cierto peso de mal accidental con el fin de obtener
en el agresor un cambio de actitud, suscitando en él una apertura personal y
una actitud de diálogo (pág. 204).
Es la suya una
opción estrictamente ética, casi no política, de la acción no-violenta donde
todo el proceso de ‘lucha social’ (aunque está claro que no es esta una
expresión apropiada para referirse al pensamiento del monje norteamericano)
queda medido por una precisa vara: la demostración fehaciente, ante el
adversario, de la propia vulnerabilidad de quien practica la resistencia
no-violenta, es decir aún más claramente, testimonio
de sacrificio llegado el caso. Si el no-violento está auténticamente dispuesto
al sacrificio de sí, entonces, confía Merton, logrará con ello conectar con el
interior más íntimo del adversario y éste cambiará.
En términos
generales, y puesto que la política no es una ciencia ni una técnica fría para
la consecución del poder, comparto con Merton, por supuesto, palabras sabias
frente a cierto “pensamiento naturalista”
de tipo “legalista y técnico” que no se eleva “hasta el nivel de unas relaciones personales auténticas”. Es decir,
creo que el no-violento y la Noviolencia han de aspirar, efectivamente, a algo
más que una mera reivindicación política concreta, esto es, no olvidar una
profunda aspiración a transformar la realidad humana y la sociedad desde sus
raíces.
Merton no duda
en denunciar a los cristianos para quienes “la
idea de construir la paz sobre una base de guerra y de coacción no es
incongruente, ¡antes les parece perfectamente razonable!”. Hace esto nada
más y nada menos que refiriéndose a la doctrina del Vaticano II, aunque,
inmediatamente, dice de ella que “también
haya aprobado” la no-violencia como un camino válido y alternativo, dejando
entrever claramente la división interna en el seno de la Iglesia Católica entre
quienes apuestan por una vía o por otra.
El monje
trapense termina su caracterización de la no-violencia cristiana con
congruencia y verdadera humildad: “Los
conflictos no quedarán abolidos, pero puede convertirse en normal una nueva
forma de resolverlos”.
Hoy la
Noviolencia, asumida por mucha gente ajena a los credos religiosos, ha de tener
en cuenta de algún modo las sentidas apreciaciones de Merton. Por mi parte, al
margen de matices, enfoques, acuerdos y desacuerdos teóricos y políticos, no
puedo sino compartir la energía interna del texto comentado, a saber, la
aspiración a la fraternidad humana
por la que apostamos todos, creyentes, no creyentes, noviolentos y personas que
se confían a la violencia como principio rector para la resolución de los
conflictos.
Que todos los
hombres somos hermanos y que la igualdad de derechos para todos y para todas
son los principios éticos y políticos claves de la vida humana digna. Este, sin
la destrucción ni denigración de los adversarios políticos, es el camino de la
Noviolencia. Estoy de acuerdo con Merton: “…el
dinamismo del crecimiento paciente y secreto, en la certidumbre de que del
grano más pequeño, más débil y más insignificante brotará el árbol mayor”…
[1] En 1964 Thomas
Merton escribió un libro titulado Gandhi on Non-Violence. A selection from the
Writings of Mahatma Gandhi (traducción española: Gandhi y la no-violencia,
ed. Oniro, Barcelona, 1998). Textos sobre su firme compromiso por el desarme
atómico en su Paz en tiempos de oscuridad. El testamento profético sobre la guerra y
la paz, ed. Desclée de Brower, Bilbao, 2006. Una síntesis de su pensamiento
pacifista en Paz personal, paz social (Selección y presentación de Miguel
Grinberg), ed. Errepar, BB.AA., 1999. Para conocer bien y rápidamente al monje
trapense de origen francés recomiendo leer la grata biografría de Ramón Cao: Thomas
Merton, ed. Fundación Mounier, Madrid, 2008. Para profundizar en su
vida y su obra, relacionándola fructíferamente con otro monje (budista) de la
espiritualidad contemplativa comprometida, recomiendo la lectura de Robert
King: Thomas Merton y Thich Nhat Hanh. Espiritualidad comprometida en la era
de la globalización, ed. Lumen, BB.AA., 2010.